2015enMAYO

2015.05.08 Padre o remisero, esa es la cuestión

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Padre o remisero, esa es la cuestión

La división del trabajo tras el divorcio me dejó como chofer de mis hijos.

Por: Daniel Zalman

 

¿Qué hace un separado +40 de su vida durante la semana?. Si dejamos de lado el trabajo, la limpieza de la casa, el lavado de la ropa, la cocina y el capítulo estreno de Los Simpson cada domingo, la respuesta es simple: lo que hace un separado +40 la mayoria del tiempo restante es trasladar en auto a sus hijos. Los destinos son variados: el colegio -dos o tres días a la semana- y la ida y vuelta semanal entre la casa de su madre y la nuestra son dos de los circuitos tradicionales que se repiten constantemente.

Después vienen las actividades extraescolares: la ida y vuelta al teatro, a fútbol y a música son apenas una muestra. Por suerte este año están tranquilos y la más chica no tiene ganas de hacer el taller de cocina -en el fatídico horario de los sábados a las 9 de la mañana- y el más grande desistió del taller literario los viernes a la noche.

Pero, además, están los traslados imprevistos, pero que aparecen siempre: ir a la casa de un amigo, llevar a un amigo a su casa o el cumpleaños de cada fin de semana. Es increíble, pero sus compañeros de curso se reparten sus festejos de cumple de manera tal que nunca falta ninguno un sábado o un domingo. Y ninguno vive cerca.

El más grande de mis hijos tiene 15, así que ya empezó con las fiestas de ídem. Lo que quiere decir que hay que hacer tiempo los sábados a la noche para buscarlo el domingo a la madrugada. Al principio era divertido, porque uno se organiza para ir al cine de trasnoche o a alguna fiesta. Pero se me acabaron las opciones y no me queda más que poner el despertador a las cuatro de la mañana para ir a buscarlo en pijama y ojotas.

Cuando nada de lo anterior es suficiente, aparecen otros motivos para no soltar el volante del auto. Si calculáramos cuanto tiempo pasamos arriba del auto para llevarlos y traerlos, los programas de salud sexual y maternidad responsable funcionarian mejor y uno lo pensaria dos veces antes de tener tres o cuatro hijos.

Suelo llevar en el auto una botella de agua, desodorante, muda de ropa interior, abrigo, dos manzanas, pañuelitos descartables y muchos CDs. Nunca se sabe como estará el tráfico y qué se habrán olvidado en la casa de la madre.

 

2015.05.20 La compañerita de la secundaria

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La compañerita de la secundaria

Por: Daniel Zalman

 

No era la primera vez que me pasaba: después de varios días de histeriqueo mutuo por el chat, decidimos juntarnos con una antigua compañera del colegio, Dalila.

Ella, divorciada con un hijo. Yo, separado. Ambos con la misma edad: no habia forma de ocultarlo.

Por supuesto, Dalila estaba bastante más presentable que yo y los años no parecian habérsela ensañado con ella como conmigo. Ella aún tenia rasgos de esa chica atractiva y picante que conquistaba a todos con su simpatia. Yo, en cambio, seguia manteniendo esa falta de tacto congénita para manejar los tiempos con una chica.

Lo primero que habia que hacer y que marca ya una tendencia de cómo continuará la situación, era decidir si yo iba a su casa, si ella venía a la mía o si salíamos a tomar algo por ahí. Por supuesto, dejé que ella decidiera.

Su opción fue venir a mi hogar, lo que me sorprendió gratamente: nada de prolegómenos extensos gastando cafés o tragos raros. Directo a casa.

Es curioso: ¿quiere decir eso que cuando una mujer acepta ir a la casa de un hombre hay algo implícito acerca de hasta dónde llegará la relación ese día?. La lógica -y los prejuicios machistas- indican que si.

Lo cierto es que Dalila llegó, trajo una botella de vino, yo cociné, charlamos animadamente, comimos, tomamos café y... seguimos charlando animadamente.

La charla era amena, habiamos enganchado “la onda” y cuando eso sucede está todo bien pero hay un problema: ¿cuál es el momento justo para tirar un bocadillo más o menos indirecto acerca de lo que podria suceder esa noche?. ¿Cómo saber si eso está en la mente de ella tan presente como en la mía?. ¿Puede ser que, a esa altura, ella sólo piense en que puede ser el comienzo de una linda amistad?.

Nunca voy a saberlo, porque de repente se hicieron las cuatro de la mañana y Dalila se levantó de la silla: “Uy, son las cuatro. Me voy, tengo un montón de cosas que hacer en unas horas”.

Y se fue. Nunca sabré si la pasó bien y su objetivo era ese -ser escuchada, conversar, compartir una cena con alguien- o si mi falta de coraje para preguntarle hasta dónde queria llegar fue el lastre que hundió mis posibilidades.

Intuyo que no será la última vez que me pase.

 

 
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