2013enJULIO

2013.07.22 Lecciones de economia

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Lecciones de economia

Por: Daniel Zalman

 

Uno no sabe exactamente como es el mundo que lo rodea hasta que se separa. Desde ese mismo día, se aprende algo que quizás antes no figuraba en nuestro mapa conceptual: la importancia del dinero.

Como dice Woody Allen, “el dinero no da felicidad, pero produce una sensación tan parecida que se necesita un especialista muy avanzado para verificar la diferencia”.

En especial cuando no se lo tiene.

Los primeros días son los más difíciles. En aquel momento tuve que salir a comprar urgente una mesa, cuatro sillas, una cama y un sillón. Nada muy pretencioso. Pensaba dejar para el mes siguiente la mesa de luz, las camas de los chicos y el modular de la tele.

Cuando entré a la primera muebleria y descubrí los precios, pensé que me habia equivocado y estaba en Tiffany's. Pero no. Era la muebleria del barrio, nomás. Me alcanzó para la mesa, una cama y una silla. Tuve que dejar el efectivo que llevaba encima, un cupón firmado para pagar en 12 cuotas con la tarjeta de crédito, el codo y una parte del brazo. Tardé dos años en comprar el resto (un poco más en recuperar el codo y el brazo).

Antes de la separación, trataba de no comprar nada en cuotas: no me dejaba dormir tranquilo el hecho de pensar que tenia deudas. Gastaba lo que se podia y dejaba para más adelante el resto. Ahora, en cambio, le gasté los relieves a la tarjeta de crédito de tanto usarla.

Cada vez que hay que ir a pagar, no dejo de pensar en el extraño origen del mito que dice que los recién separados viven de juerga...

¡¿Con qué plata?!.

A quienes sostienen esa afirmación, los invito a pasar algunos dias en mi departamento, para que aprendan el verdadero significado del concepto “aburrimiento”.

Lo único bueno de todo esto es que, aunque sea de manera indirecta, la situación de comer fideos para llegar arañando a fin de mes nos retrotrae a nuestra época de estudiantes, cuando uno vivia feliz en la escasez.

Claro que ahora falta todo lo que habia entonces: avidez intelectual, compañerismo para reirse de las desgracias y compañeras interesantes. Tampoco nos queda ninguno de los atributos de entonces, que tampoco eran muchos.

Ahora nos conformamos con el tonto placer de que otros nos miren con envidia porque creen que vivimos de fiesta en fiesta.

 

2013.07.25 ¿Por qué todo es “2x1”?

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¿Por qué todo es “2x1”?

“Entendí que el mundo no está hecho para los recién separados el día que pedí mi primera parrillada para uno.”

Por: Daniel Zalman

 

La semana pasada eran las parejitas. Pero esta mi furia va dirigida a las promociones “dos por uno”. Todo es dos por uno: 2x1 de entradas para cine, 2x1 para helados, 2x1 para teatros... Y tiro sobre la mesa algunas preguntas:

¿Acaso todo debe hacerse en pareja?. ¿Por qué no hay promociones para “uno que quiere ir al cine solo sin nadie al lado”?. ¿Para qué quiero dos preservativos en lugar de uno, si además el único que llevo en la billetera siempre se me vence? ¿Por qué, si quiero viajar solo en un chárter –pax single, le dicen–, me sale más caro?.

Me di cuenta de que el mundo no está hecho para los recién separados el día en que fui a un restaurante a comer mi primera parrillada para uno. Nunca habia reparado en ese detalle, pero lo cierto es que las parrilladas siempre son para dos. Dos chorizos, dos chinchulines, dos pedazos de vacio y así sucesivamente de acuerdo a la cantidad que se ofrezca según la calidad del establecimiento gastronómico.

– Quiero media parrillada– le dije al mozo, que me miró como si acabara de salir de una película de Lucrecia Martel.

“Si, media parrillada. Porque estoy solo. Porque nadie me acompaña y tengo ganas de comer parrillada y merezco disfrutar al menos de eso y no me mires así”, pensé, pero no me animé a decirle.

– Consulto y vuelvo– respondió el tipo, muy circunspecto.

Al rato vino con la noticia: “Dice el asador que no hay problema, que se puede”.

Ese “se puede” es indispensable para recordarte que tu situación no es la usual, que se trata de una excepción extraordinaria y que seguramente tendrá alguna consecuencia. Efectivamente, la consecuencia llegó a la hora de pagar la cuenta: la parrillada para dos costaba 120 pesos, mientras que la media que habia comido figuraba con 90 pesos.

Indignado, pregunté la razón. Me dieron vagas explicaciones sobre costos, mano de obra e insumos, que no me sirvieron para nada.

La verdadera razón no estaba escrita: es el precio de ser el elemento disfuncional que les ocupa una mesa entera con un solo plato. Por eso, también, las mesas para uno son cada vez más chicas en los bares (dentro de poco, a los solos nos van a sentar en butacas con bandejita de avión).

La segunda vez que decidí ir a comer parrillada me avivé: “¿Así que para uno sale más cara?. Ok. Traémela entonces como viene: para dos”. Pasé casi tres horas comiendo, intentando terminar los cortes de carne que al final se me apretujaban en la tráquea y pedian turno para pasar. Sentia los trozos de cuadril y de colesterol malo nadar por mis arterias, pero decidí terminar toda la parrillada. Los mozos miraban nerviosos los relojes, hacía una hora que debian haber cerrado el local.

Era mi manera de devolverles la injusticia del precio. No pedí postre, seguro que lo escupian.

 

2013.07.25 La casita de mis viejos

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La casita de mis viejos

El divorcio puede significar un cambio de hogar y, a veces, el regreso a un pasado lejano al que no tenias planeado volver.

Por: Daniel Zalman

 

La primera noche que un recién separado pasa afuera de la que hasta entonces era su casa, lo marcará para toda la etapa que se avecina.

Si caemos a lo de un amigo con esposa e hijos, sabemos que no nos dejarán dormir allí más de una noche: a ninguna esposa le agrada que su marido sufra la influencia de un separado, a ver si todavia le agarra el gustito. Además, a las mujeres de nuestros amigos no les causa mucha gracia vernos en calzoncillos, de madrugada, buscando soda en su heladera.

Si, en cambio, decidimos ir a lo de un amigo soltero, podremos quedarnos todo lo que deseamos pero con el altísimo riesgo de que nuestro estómago y nuestra higiene caigan en la más absoluta desidia.

Así que la primera noche de separado hice lo que me aconsejaba mi madre de niño cada vez que tenia dificultades. Ir a la casa de ella.

“¿Dónde vas a estar mejor que acá?”, me alentaba, no sin antes recordarme su frase de cabecera cuando le conté que me estaba separando: “¿¡Te dije o no te dije!?”.

Así comencé el primer período -casi siempre el más difícil- que vive un recién separado. Volviendo a la casita de los viejos, a la misma pieza que ocupé hasta los 25 años, rodeado de los mismos juguetes y del mismo póster de “Al amigo no lo busques perfecto, búscalo amigo”. Un escenario perfecto para estar a tono con la involución que empieza a sufrir nuestra vida.

Claro que estar ahí tuvo sus beneficios: la sobrealimentación -mi mamá cree que las penas se matan con comida- y tener cada dos dias la ropa lavada, planchada y acomodada al pie de la cama.

Pasé dos meses en esa condición. Todo bien con la comida hecha y la ropa limpia, pero llegó el momento en que empecé a darme cuenta de que debia partir. Fue cuando caí en la cuenta de que tenia 40 años y cuando pasaron 10 dias seguidos en los que al llegar del trabajo aparecia mi mamá con un pendrive que colocaba en la TV para enseñarme -y comentar- cada una de las 1.780 fotos que habia sacado con la cámara digital en los viajes que hizo con mi papá a las termas de Río Hondo, Chascomús y La Falda.

Sin contar con que, en pocos días, ella hizo que me enterara de los cumpleaños de cada vecino, de las internas entre todas mis primas, de las peleas de cada yerno y cuñada, también de las dolencias de tías lejanas cuya existencia ignoraba hasta ese día.

Empecé a buscar algo propio, dispuesto a irme a toda costa, aunque fuera a un monoambiente bajo las vias del ferrocarril.

Lo que finalmente encontré no difiere mucho de eso. No hay tren, pero sí ómnibus que se escuchan como si estuvieran entrando por el dormitorio. Conozco la frecuencia de esa línea de transporte urbano porque, cada vez que pasa por el frente, se agranda la grieta de la pared del dormitorio.

Pero prometo que esta semana me pongo en campaña... y vuelvo a lo de mi vieja.

 

2013.07.25 La dieta del recién separado

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La dieta del recién separado

De cómo el divorcio convirtió a mi estómago en un recipiente siempre repleto de pizzas, panchos y otros productos de delivery.

Por: Daniel Zalman

 

Algunas noches sueño que estoy frente a una mesa de canelones caseros, bañados en parmesano recién rallado y amasados en la misma casa que me cobija. O me imagino sacando del horno un pastel de carne –con la capa gratinada– hecho con ingredientes comprados esa misma tarde. Pero enseguida se me pasa y vuelven las pesadillas del pancho y la pizza.

Si algo extrañamos los recién separados que comenzamos a vivir solos, es la comida. Los alimentos sanos dejaron de figurar en mi menú el día en que me fui de mi antiguo hogar. Desde entonces, saqué cuenta corriente en la pizzeria de la esquina, en donde estoy dejando más dinero que el que resignaba en mi infancia en los locales de videojuegos.

Ya probé todos los gustos posibles para ampliar el horizonte del ácido úrico. Aún sin haberme practicado una ecografia, estoy casi seguro de que, a esta altura, mi estómago es una bolsa de cuero rellena de mozzarella, aceitunas y masa.

Está claro cual es el principal factor que justifica la conducta del mal comer de los que viven solos: la desidia. Es mucho más fácil marcar el número del delivery de hamburguesas, que cocinarse unos tallarines a la carbonara. No tenemos ganas ni ánimo para lavar platos y ollas o hacer otra cosa que no sea estar tirados frente a la tele, con el sándwich y la cerveza.

Cada tanto, los recién separados apelamos a algunos trucos para evitar que la bolsa de cuero estalle del todo y no haya más solución que un trasplante. Un día, por ejemplo, vamos a comer con nuestros padres (con las sobras que mi mamá me da en un tupper como un día más). Otra vez, caemos a lo de un amigo con esposa. Otro día nos hacemos invitar por algún compañero del trabajo (que también tenga familia). Y así vamos tirando, hasta el día en que volvemos a llegar al departamento después de una extensa jornada laboral y no hay más chance que llamar al delivery.

En este contexto, la salchicha se transformó en un referente gastronómico ineludible a la hora de alimentar a mis hijos cuando vienen, de agasajar invitados o de salir de cualquier apuro similar.

Primero: estos paquetes pueden durar varias semanas en la heladera, según la fecha de vencimiento (y algunos días más, también). Además, nunca imaginé que un pancho podia tener tantas variantes: con queso, sin queso, con papas, sin papas, con palta, con tomate, con pickles; con pan de viena o pan francés, apanado, frito, tostado, añejo o hasta con huevo revuelto. Pero debo admitir que cuando pasan varias jornadas de este menú, empiezo a tentarme con la comida del perro.

Me dicen que más o menos al año de la separación, uno ya comienza a cocinarse alguna cosa relativamente sana. Sólo espero que para ese entonces la lista de espera para el trasplante de estómago no sea demasiado larga.

 

 
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