2014enSEPTIEMBRE

2014.09.10 Analfabeto en seducción

TIPOS SUELTOS

Analfabeto en seducción

Crónica de un aprendiz de gigoló.

Por: Daniel Zalman

 

En los últimos años hice varios juramentos fallidos. Por ejemplo, dije que jamás haria un curso como el que se ofrece en las llamadas “escuelas de seducción”. Sin embargo, mi largo período de inactividad de relaciones hizo que mi mano marcara el número del aviso que aparecia en Internet y llamé.

Desde el comienzo, no me pareció una propuesta muy seria que digamos: la “escuela” de seducción no tiene local habilitado ni dirección fiscal, sino que se trataba de uno o dos “coordinadores” que organizan encuentros en un bar, en donde dan las charlas motivacionales. Empecé igual.

Primero me enseñaron cómo vestirse combinando colores o cómo tener un buen aspecto, en base a lo que se dispone. Mi problema fue encontrar ropa que combinara: es algo en lo que ningún hombre casado piensa jamás. Hacía tres años que no me compraba ropa.

Después empezaron las charlas sobre cómo desenvolverse con una desconocida: qué detalles mirar, qué decirle, cómo comenzar un diálogo.

Pero se intenta, más que nada, reforzar la autoestima para pensar que nada es imposible: que tenemos la habilidad suficiente para conseguir nuestros objetivos. Que podemos lograrlo.

Luego siguen las clases prácticas: en grupos de dos o tres, se sale de bares junto a un coordinador. Es algo así como el examen final.

Fuimos un sábado. Nos sentamos a una mesa. Sesenta grados a la derecha habia un grupito de dos, enfrascadas en un diálogo. El coordinador aconsejó olvidarlas: según él, una tenia pinta de tener novio y la otra no, pero estaban allí para aconsejarse mutuamente o narrarse episodios de su vida y no le darian bolilla a nadie. Noventa grados en diagonal detectamos una mesa de cuatro, todas mayores de 40, todas mirando hacia otras mesas y todas vestidas para matar.

“Son esas”, dijo el coordinador. Yo fui el encargado de abrir la charla. Me dirigí hacia el sector, me detuve frente a ellas, sonreí y largué: “A la vuelta de mi casa hay una cancha de bolos. Cuando pasan ustedes, los palos se paran solos”.

Alcancé a ver que mis compañeros se tomaban la cabeza.

Reprobé. Me invitaron a seguir solo mi camino. Pensar que ya habia pagado el curso. Creo que me volveré autodidacta.

2014.09.24 Altos costos del romance

TIPOS SUELTOS

Altos costos del romance

Salir con una mujer de “buen pasar”.

Por: Daniel Zalman

 

A veces uno se preocupa demasiado por encontrar una pareja, pero no se da cuenta de los beneficios de estar solo. En especial, los beneficios económicos.

El mejor ejemplo de esto es lo que le sucedió a Pancho, uno de mis pocos amigos separados con el que solemos compartir alguna que otra salida. Hacía rato que no lo veia: Pancho habia comenzado a salir con Lidia, una agraciada mujer que apenas pasaba los 40. El “apenas” era una incógnita que ella no revelaba, pero no hacía falta: su aspecto era impecable, envidiable para más de una de treinta y pico.

Pancho se volvió loco al principio. Hacía rato que no estaba con una chica tan agraciada. La conquistó hablando de los lugares del mundo que conocia: Times Square, en Nueva York; el Taj Mahal en la India; el Machu Picchu en Perú; la Plaza Roja de Moscú…

Ella estaba fascinada: habia estado en esos mismos lugares –tenia un muy buen pasar económico– y no paraba de hablar y de salir con Pancho. El tema es que Lidia estaba acostumbrada a un estilo de vida bastante glamoroso. Iban a los mejores restaurantes, tomaban los tragos más caros en los boliches y sacaban primera fila en los teatros. Pancho, en su afán de conquistarla, pagaba todo. Pero su sueldo de empleado de comercio comenzó a mermar rápidamente.

El epílogo se desató el fin de semana pasado: Pancho logró convencerla de que pasaran un fin de semana juntos. Ella aceptó, pero hizo las reservas en una de las cabañas más caras de las afueras de la ciudad. Fueron. Comieron en los mejores lugares. Se hicieron masajes en los spa más exclusivos.

Cuando volvian a la ciudad pararon en una estación de servicio a tomar un café. La billetera de Pancho estaba vacia. Le tuvo que confesar a Lidia que no tenia como pagar el café, que su salario era muy modesto y que cuando decia que conocia Times Square o la Plaza Roja, era porque habia visto las fotos en una enciclopedia.

Se despidieron –para siempre– con una frase de ella: “Me parece que somos de mundos distintos, ¿no?”.

Por suerte, ella pagó el café.

Pancho cree que si intimar con cada mujer le va a costar lo que le costó con Lidia, en un par de meses tendrá que vender el auto.

 

 
ya hubo 20 visitantes (273 clics a subpáginas) pasando por este sitio.
Este sitio web fue creado de forma gratuita con PaginaWebGratis.es. ¿Quieres también tu sitio web propio?
Registrarse gratis