2013enSEPTIEMBRE

2013.09.02 Facha virtual

TIPOS SUELTOS

Daniel, recién separado

 

Facha virtual

El primer escollo para ser un surfista de las redes es tener una buena máquina.

Por: Daniel Zalman

 

Hasta antes de la separación, mi mundo virtual se reducia a chequear el mail una vez por día, leer el diario on line y revisar la cartelera de cine para decidir qué ir a ver con los chicos (casi siempre, la opción era Disney o Pixar).

Pero la vida de recién separado metió algunos cambios. Uno descubre que necesita tener cuenta en Facebook y Twitter para pertenecer y conocer gente. De lo contrario, es fácil convertirse en un paria analógico. Parece que nadie se encuentra en las vísperas, menos si no tiene “amigos” en Facebook.

El primer escollo para ser un surfista de las redes es tener una buena máquina. Puede ser PC, tablet o smartphone. El problema es que la separación y su consiguiente división de bienes pocas veces nos deja bien parados: me tocó la notebook que avanza a velocidad de carreta, esa que pesa cinco kilos y que parece funcionar a señales de humo.

Aquí aparece el segundo problema: la conexión. Imaginé que podia ir tranquilo a navegar a un cibercafé, si no fuera por un detalle: ya no hay cibercafés. Desaparecieron como las canchas de paddle.

Así que tuve que pagar una conexión de tres megas, que funciona siempre a un mega y que si no se corta más es porque me canso de rezarle a Brochero, ahora que están por beatificarlo y necesita sumar milagros.

Así que ya tengo mi cuenta en Facebook. Sumé muchas amigas. Me cuesta discernir con cuales de todas avanzar, me desorientan. Una de ellas, por ejemplo, me tiró cuatro “me gusta” seguidos en mis últimas entradas. Pero hay otra que hizo un comentario muy halagador en un post. Aunque no le puso “me gusta” a ninguno. ¿Cuál de ellas tendrá más ganas de conocerme?. ¿Vale más un comentario de un post, que cuatro “me gusta”?.

Lo más probable es que ninguna esté interesada en nada que tenga que ver conmigo. Lo bueno es que, al principio, no se dan cuenta. Uno juega con el misterio, hasta que ellas descubran que nuestro “ser” analógico es mucho menos interesante que el virtual.

Eso sucedió las dos veces que logré arreglar una cita terrenal con alguna. Ahora, hace meses que no salgo con nadie.

Llegué a una triste conclusión: creo que mi contacto físico más cercano e íntimo seguirá siendo el que mantengo con el teclado.

 

2013.09.16 Mi querido "brick phone"

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Daniel, recién separado

 

Mi querido "brick phone"

Vivir y sobrevivir en tiempos de WhatsApp.

Por: Daniel Zalman

 

“Cualquier cosa nos comunicamos por uatsap”, me dijo la semana pasada Zulma, una chica que conocí en un bar+30.

En primer lugar, me agrada ir a un bar +30 porque, por un rato, me hace pensar que tengo 31 y no mis 42.

En segundo lugar, por suerte no hay bares+40. Irian todos los de 50-60.

En tercer lugar, pensé que Zulma se referia a otro bar cercano, en el que pretendia que nos juntáramos. Hasta que me explicaron lo que es uatsáp. Gracias a mi asesora informática (mi hija de 9 años) me enteré que se escribe WhatsApp y que se trata de una aplicación que permite mensajearse por el teléfono.

El problema es que para tener uátsap se necesita un teléfono que lo permita y mi antiguo aparato que se parece a un ladrillo refractario sólo me deja llamar, mandar sms y poner la hora.

Pensando que mis futuros contactos físicos pudieran depender del contacto virtual previo, corrí a comprarme un smart phone. Me mostraron 25 modelos y al final opté por el que se podia comprar en la mayor cantidad de cuotas. De tanto usarla, mi tarjeta de crédito, parece una feta de salame milán.

Lo primero que hice fue bajar uátsap. Y comunicarme con Zulma.

En primer lugar, debo decir que tener un smart phone no garantiza la felicidad ni da muchas ventajas. En especial porque al segundo día de tenerlo se me cayó y para arreglarlo deberia empeñar la tele (siempre y cuando se consiga el respuesto).

En segundo lugar, no estoy seguro de que haya sido una buena inversión por otros motivos. Por ejemplo, Zulma me contestó que lo dejáramos para más adelante, un eufemismo para expresar su total desinterés por mí. En especial después de mi negativa a su propuesta de tarifar el próximo encuentro.

Volví a mi viejo ladrillo refractario. No me permite contactarme con nadie por Internet, pero me da la hora.

 

2013.09.23 Maldito Candy Crush

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Daniel, recién separado

 

Maldito Candy Crush

Una dulce contradicción: ¿Salir a conquistar mujeres o jugar a combinar caramelos?.

Por: Daniel Zalman

 

Costó, pero ahora tengo un celular digno de un ciudadano del siglo 21. Me dijeron que es un “smart phone”, un “teléfono inteligente”. Vaya contradicción. Paso a relatar.

Antes que nada, comprar ese aparato significó un esfuerzo enorme, que me carcomerá la tarjeta de crédito los próximos seis meses. Lo cual, da el primer indicio de lo poco inteligente que resultó la decisión.

Además, prioricé esta adquisición antes que la del lavarropas, pensando que era mucho más útil. Segunda impresión carente de inteligencia. Me arrepentí cuando fui a buscar la última tanda de ropa al lavadero automático y caí en la cuenta de que las remeras me quedaban casi pegadas al cuerpo de tanto que se achicaron.

La siguiente pelea comenzó a los dos días de tener el aparato, cuando mi hija de 9 años, a cambio de enseñármelo a usar, me lo pidió para jugar a un jueguito. Descargó el de una papa marrón a la que hay que vestir, alimentar y curar, con dinero virtual que se consigue jugando.

Hasta ahí todo más o menos normal, si no fuera porque la niña comenzó a pedirme el teléfono para jugar, todo el tiempo. Se desesperaba por tomar el aparato y seguir pasando de nivel, comprarle nuevos vestidos a la papa y ofrecerle más alimentos.

Llegó un momento en el que se transformó en una adicción, por lo que tuve que prohibirle su uso. Se enojó un poco, después se le pasó.

Al otro día, sucedió que debia esperar mi turno para un control médico y comencé a aburrirme de las revistas en la sala de espera. Recordé que, el día anterior, varios compañeros hablaban entre ellos de un jueguito llamado “Candy crush”. Mi curiosidad pudo más y lo descargué.

Nunca sospeché la catarata que habia disparado con eso. Pasé el nivel uno, el dos, el tres… empecé a jugar mientras iba al baño, en la cama, antes de comer… fui abandonando la lectura nocturna por el jueguito de los caramelos. Iba al baño varias veces por día para sentarme en el inodoro, concentrarme y jugar mejor. Llegué a estar en el nivel 12 mientras le pedia un kilo de cebollas al verdulero.

Me invitaron a una fiesta y no pude salir del sillón, pasé toda la noche jugando.

Dormia menos: las imágenes de tres caramelitos iguales explotando al juntarse no me dejaban conciliar el sueño…

Recuerdo la primera vez que, después de insistir una docena de veces, no pude pasar el nivel 18 y entonces apareció un cartel que me impedia jugar por media hora. Casi me infarto. Fueron los 30 minutos más largos de mi vida.

Me rescató Luis, el verdulero: harto de que me fuera de la verduleria sin pagar por estar concentrado en el teléfono, encaró y me soltó un par de sopapos. Entonces reaccioné.

Desinstalé el maldito Candy crush, abracé a mi hija de 9 años y le dije que la comprendia, que nunca más nos iba a pasar una cosa así.

El problema es que esta semana conocí en el gimnasio a Celia, una mulata separada –como yo- que a primera vista deja ver gran simpatia y firmeza de carnes. Resulta que ella juega al Candy Crush. Y no se me ocurren grandes temas de conversación.

En cualquier momento vuelvo a instalar el jueguito. El problema es que voy a tener que empezar de cero. Maldito Candy crush.

 

2013.09.27 Los meses del milagro

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Los meses del milagro

El gimnasio te da lo que puede.

Por: Daniel Zalman

 

Al final me decidí y volví al gimnasio, después de una pausa de casi una década. “Decidí” es un eufemismo, en realidad, para camuflar la urgencia de hacer una actividad que me permita bajar los kilos que sedimentaron en los últimos años y darle algo de equilibrio a mi cuerpo (la cabeza pelada, la panza incipiente y los brazos delgados no dan armonia, ponele).

Tampoco se me daban bien los pre-infartos que aparecian cuando la rotura del ascensor me obligaba a subir por la escalera hasta mi departamento, en el primer piso.

En fin, lo cierto es que pagué la cuota en lo del Pichi, que tiene el gimnasio en la otra cuadra. Y comencé mal: me di cuenta de que no tenia la vestimenta adecuada. Nada de remeras anti-transpiración Nike o zapatillas ídem. Me puse lo que habia en el placard: ese short que usaban los rugbiers en los 80 –demasiado ajustado–, la remera comprada en La Salada y las náuticas Flecha que me quedaron de cuando salia a caminar.

Insultándome a mí mismo por no haber sido más previsor, caminé la cuadra que me separaba del Pichi, llegué agitado y me puse en sus manos. Lo primero que percibí es que, como yo, otros tantos comenzaban “los meses del milagro” –septiembre, octubre, noviembre–, tal como se denomina al período en el cual la gente pretende llegar al verano supliendo todo lo que no se hizo en el resto del año.

Para mi consuelo, mi cuerpo no era de los más maltratados, salvo por la ropa que llevaba puesta. Habia panzas realmente prominentes entre los varones y elementos muy vencidos por la fuerza de gravedad en varias integrantes del sector femenino. Todo eso me producia una extraña mezcla de vanidad personal, mezclada con una pizca de sensación de decadencia. Supongo que en las próximas semanas iré decantando para uno u otro lado.

Puedo adelantarles, fieles lectores de mis desventuras cotidianas, que el Pichi me hizo un extenso plancito de ejercicios que, a simple vista, podria depositarme en una funeraria a los cinco minutos.

Más allá de lo esencial que me convoca a ese lugar, debo decir que varias mujeres se han fijado en mí. Bah, me miraban las zapatillas y el short. No sé que pensaban. Creo que les intereso. Habrá que seguir yendo a lo del Pichi.

 

 
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