2014.05.08 Encuentro cercano con el nuevo tipo
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Encuentro cercano con el nuevo tipo
Conociendo al novio de mi ex mujer.
Por: Daniel Zalman
Alguna vez tenia que pasar. Tarde o temprano, todos se encuentran en algún lado con la/el ex, junto a la/el nueva novia/o.
No son situaciones cómodas, ni las que uno enfrenta preparado. En realidad, podrian ser mucho más simples si las pensáramos cuidadosamente antes de ocurrir. Pero, claro: apenas estamos preparados para prever que haya dentífrico cada mañana...
La dificultad del caso radica en que nunca se trata de encuentros programados para conocerse. Si así fuera, uno iria predispuesto, saludaria, se iria y listo. Todo en menos de cinco minutos. Pero no.
Me ocurrió una noche de la semana pasada: acudí a una fiesta de un conocido de un conocido de un amigo. Al parecer, uno de los conocidos de la cadena conocia a un conocido de un amigo de ella. Y la invitó. Y allí nos encontramos todos los conocidos. Fue de repente. Me di vuelta y estaba ella, con él. Por suerte ella habló primero:
– Te presento a Sergio.
La existencia de Sergio me habia sido previamente informada en una de las charlas del traspaso semanal de los chicos. Pero no habia prestado mucha atención.
– Hola– dije y extendí la mano.
¿Qué se podria hacer en esas ocasiones, más que dar la mano?. El problema viene después. ¿Qué se dice para no quedar expuesto?. ¿Cómo ser natural y atento a la vez?. ¿Qué palabras elegir?.
– Mucho gusto– dijo él.
– Igualmente– dije yo.
Por supuesto, se notaba que no era un gusto para nadie. Ni para ambos ni para ella, que asistia a la escena sin saber bien que hacer.
Creo que el que se despidió fui yo, de la manera más estúpida:
– Chau, nos vemos– saludé.
Por supuesto, todos sabíamos que no volveríamos a vernos, al menos de manera programada. Nadie lo queria, de todas maneras.
Igual, no hay que ponerse loco: nunca hay palabras adecuadas y uno siempre quedará mal. O tonto o humillado, sin nada ocurrente para decir.
Eso sucede con más razón cuando, como en mi caso, el nuevo novio de ella es alto, fornido, seguro de sí mismo, relajado, comprensivo y amable. Exactamente mi antítesis.
Lo peor: me fui de la fiesta rápido, sin aprovechar los tragos gratis y como de costumbre, solo. La mejor síntesis de mi nueva vida.
2014.05.16 La explosión virtual del recién separado
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La explosión virtual del recién separado
La felicidad nunca llega por donde la esperamos.
Por: Daniel Zalman
Cada vez encuentro más amigas en Facebook que acaban de separarse. Débora fue la última. Débora tenia un matrimonio muy consolidado, un hijo, buen trabajo… todo lo que se requiere para ser feliz, salvo que la felicidad nunca llega por donde la esperamos.
Hasta antes de separarse, la participación de Débora en las redes era ínfima, anecdótica, casi de protocolo –saludos por un cumpleaños, felicitaciones por un nacimiento, etc-. Ahora, postea desde que se levanta de la cama hasta que entra en la primera fase de sueño y ya no controla los dedos para manejar la compu. De las actividades diarias, le falta mostrar cuando va al baño y cuando se depila, aunque está pensando en que la segunda bien vale una imagen.
La liberación de Débora no pasa tanto por salir de jolgorio, por conocer otros hombres o por ir al gimnasio a cuidar su cuerpo de la manera en que no lo hizo durante su matrimonio. No. Facebook, Twitter, WhatsApp y –en menor medida- el e-mail, son los instrumentos a través de los cuales ella exterioriza su estado de ánimo constante.
Por supuesto, yo no podia dejar de intentar que alguna de tales exteriorizaciones pudiera, a lo mejor, tener algo que ver conmigo y con nuestros cuerpos.
Por supuesto, no tuvo nada que ver.
Débora quiere contarle al mundo que está bien, que vive, que es capaz de decirlo. No es que su esposo se lo impidiera antes. Lo impedia el matrimonio. El matrimonio y su rutina, el matrimonio y sus pudores y sus cuidados.
Seguramente Débora descubrirá en algunas semanas que la explosión de posteos y visualización personal en la web ya no la satisface tanto.
Empezarán entonces otras etapas: ¡espero figurar en alguna de ellas!
2014.05.22 Y volver, volver, volver...
2014.05.26 Y volver, volver, volver...
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Y volver, volver, volver...
Una parada en la casita de los viejos.
Por: Daniel Zalman
Uno de los primeros capítulos de esta columna narró las peripecias de los recién separados que, una vez alejados del que hasta entonces era su hogar, se ven obligados a aterrizar en la casa paterna.
Esa alternativa –casi siempre la única posible en el mediano plazo, debido al costo actual de alquilar un departamento– tiene pros y contras. Los beneficios: mamá nos vuelve a cocinar, a lavar la ropa, a planchar la ropa y a comprar calzoncillos (aunque esto último nunca se habia interrumpido).
Claro que vivir en la casa paterna también tiene contras: uno tiene 40 y pico y sigue ahí, no puede ver el programa de TV que quiere, no puede armar fiestas, no hay mucha privacidad que digamos y no queda otra que tragarse las 357 fotos que nuestros padres sacaron en su última visita a Río Hondo, con explicación incluida para cada una.
Pero hay incluso quienes la pasan peor. Ese fue el caso de Guille, un recién separado compañero del trabajo que debió armar sus bártulos de un día para el otro, dejar la casa y mudarse a lo de sus padres. Pensó que se las arreglaria bien: sobraba una pieza en el departamento, aún quedaba su vieja cama y algunos libros.
Sin embargo, ocurrió un hecho inesperado: a los dos días de estadía, Guille se enteró de que en 24 horas se mudaba con ellos su abuelo, de 93 años. Y por supuesto, el patriarca debia ocupar la habitación libre. De esa forma, Guille pasó a dormir en el sillón del living.
Todo bien con su querido abuelo, a quien aprecia de verdad. El problema es que para ir al baño habia que pasar siempre por el living y el sueño de Guille quedó supeditado a los horarios de descanso de las vejigas de su padre y de su abuelo, que nunca descansaban más de 60 minutos corridos. Así, cada hora, Guille se encontró despertándose por los pasos de alguien, por el ruido de la puerta al cerrarse, por el ruido de tirar la cadena y por otros sonidos propios de esas situaciones que conviene no reproducir ni explicar.
Guille debió pasar a una pensión en pleno centro, en un cuarto que daba a una de las avenidas más ruidosas de la ciudad, con una parada de ómnibus en donde los coches chirriaban los frenos cada cinco minutos. Todo eso lo despierta varias veces durante la noche. Pero no tantas como antes.
Bienvenido, Guille.
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