2014enJUNIO

2014.06.03 Un paseo por el “offline”

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Un paseo por el “offline”

Por: Daniel Zalman

 

Después de recorrer varios sitios web para solteros, luego de suscribirme en cuanto chat para singles encontré y tras registrarme en una docena de redes para separados y divorciados, llegué a una conclusión: no me sirvieron para nada.

Las explicaciones no vienen al caso –ignoraré todo lo que me dijo el psicólogo en la última entrevista-; ahora no tengo ganas de hacer autocrítica.

Por eso, al final acepté pasarme al offline: decidí acompañar a mi amigo Ariel –otro separado del alma- a esas citas rápidas en bares en los que cada uno dispone de ocho minutos para entrevistarse con 10 personas. “Speed dating”, le dicen. Si hay onda, puede haber intercambio de teléfonos. Incluso, tras finalizar la etapa de las entrevistas –casi una hora y media-, se puede seguir socializando en el bar.

Ariel me pasó a buscar a eso de las 22, un viernes. Me puse mi mejor pilcha, y no me intimidé ni siquiera cuando subí al auto de Ariel y este me preguntó: “¡¿Así vas a ir vestido?!”. “¿Qué tiene –le contesté-, acaso no se puede usar botitas Academia, ahora?”. La verdad es que se conservan como nuevas y son lo más abrigado que tengo para los pies. Miren si ahora que hace frío, consigo una mujer y no puedo responder como hombre porque tengo los pies helados... Los pies helados me paralizan todo el resto del cuerpo...

Cuando llegamos al bar, la primera impresión al entrar fue positiva: no encontré a simple vista ninguna mujer con la que no quisiera tener sexo esa noche.

Además, apenas comenzó el circuito de entrevistas me sentí en mi salsa: hablé con mucha confianza en mí mismo –quizás me excedí un poco-, alabé todas las virtudes de las mujeres que se fueron sentando en frente –en especial de las más jóvenes- y fui sincero respecto de mis intenciones –cero compromiso, a lo sumo un desayuno cuando nos despertemos-.

Hubo mucha conexión con una chica de unos 30:

- ¿Hace mucho que no estás en pareja?– me preguntó ella.

- Desde los primeros años de Internet, más o menos– le respondí.

Claro, después me di cuenta de que estaba equivocado. Internet tiene más de 40 años y yo debo llevar sólo cinco sin salir con alguien. Con razón se espantó.

Cuando terminaron las 10 entrevistas, llegué a otra conclusión: algo falló en mi discurso, porque me fui sin ningún teléfono. ¿O habrán sido las botitas Academia?.

Pero me tengo fe: el viernes que viene vuelvo a ir al mismo lugar –sin Ariel, dice que le di un poco de vergüenza ajena y que prefiere esperar un par de semanas para volver-.

Pero me tengo fe, creo que algo va a pasar el viernes.

 

2014.06.04 ¡Socorro, soy un visitador serial!

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¡Socorro, soy un visitador serial!

De cómo alimentarse de los demás.

Por: Daniel Zalman

 

El viernes pasado llegué a mi departamento tras dejar el trabajo, a eso de las nueve de la noche. Y como cada día, me di cuenta en ese preciso momento de varias cosas:

1- Me olvidé de merendar esa tarde.

2- No comia nada desde el mediodía.

3- En la alacena quedaban tres galletas de agua, un paquete de maiz y una lata de tomate.

4- En la heladera habia un sifón de soda, tarros de mostaza y de mayonesa vencidos y restos de un asado de hacía tres semanas.

Así que comí compulsivamente las tres galletas, untadas con tomate en lata y el pedacito de costilla que parecia no haber sido contaminado con hongos.

Cuando terminé todo eso, en pocos segundos, volví a reflexionar sobre mi situación nutricional, que cada día empeora. Se trata de una realidad típica de los separados, que oscilan todo el tiempo entre la acidez, la gastroenteritis y la obesidad. Por cierto, no me he privado de ninguna.

La situación sería aún más terrible si no fuera por una costumbre que adquirí en los últimos meses: la visita serial.

Esto es, caer a la casa de mis padres –especialmente– y a la de tíos y amigos con los cuales tengo la suficiente confianza como para avisarles que voy a verlos, sinceramente, para darle a mi estómago algo saludable.

Esta práctica, poco a poco –y ante el cansancio que van mostrando padres, tíos y amigos– se va extendiendo a algunos parientes lejanos a quienes no veia desde el casamiento. Algunos de ellos me reciben, piadosos, con los brazos abiertos. Con otros se han producido verdaderas discusiones, con reproches al estilo de “nunca viniste en estos años y ahora te aparecés...”, a lo que respondo siempre lo mismo: “Es bueno recuperar a la familia, más vale tarde que nunca”. Pero intuyen que algún interés tengo, porque me prueban constantemente: el otro día, dos primos terceros me invitaron a visitarlos pero a las 11 de la mañana. Por supuesto, no fui. Desayunar a esa hora ya es extemporáneo y no pienso aguantarme dos horas de charla hasta el almuerzo.

Confio en que poco a poco mi salud nutricional mejorará, de acuerdo al índice de comprensión que muestren mis parientes.

Mañana compro sin falta unos táper, por si en alguna visita sobra demasiada comida.

 

2014.06.17 Entre el Ipod y la limpieza del baño

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Entre el Ipod y la limpieza del baño

Por: Daniel Zalman

 

Mis amigos creen que, ahora que me separé, puedo hacer lo que quiera. Que durante la semana trabajo en lo que me gusta, que salgo todas las noches, que mejoró muchísimo mi relación con mis hijos, que sobran candidatas para un tipo de 40 con auto y departamento, que mi heladera es un depósito de cerveza y fernet y que de noche puedo hacer lo que ellos más extrañan: expulsar tranquilo los gases que incomodan mis intestinos sin preocuparme por silenciar los ruidos que ello produce de manera natural.

Mi exesposa cree que hago lo que quiero. Que mientras ella debe lidiar con una casa y dos chicos la mayoria de la semana, yo me doy la gran vida. Que trabajo lo mínimo y que voy al gimnasio, para luego prepararme y salir todas las noches. Está convencida de que yo podria aportar mucho más de lo que la cuota alimentaria establece. Cree que gasto más en prostitutas que en mis hijos y que les doy a mis novias todo lo que nunca le quise dar a ella. O sea, percibe cosas muy parecidas a las que creen ver mis amigos, sólo que unos me lo dicen con envidia y la otra me lo recuerda, lo reprocha y lo reclama a cada rato.

Mi hijo cree que podria pagarle tranquilamente un Iphone y la nueva PlayStation, además de una PC llena de juegos. Mi hija sostiene que si yo quisiera podria regalarle el Ipod 5 y una netbook para poder jugar a Gaturro y ver las novedades de Violetta. Y asegura que estoy en condiciones de pagarle el viaje a Disney con sus amigas.

Mi padre cree algo bastante parecido a lo que piensan mis amigos. Mi madre, en cambio, tiene la certeza de que vivo en el infierno, de que no hay ninguna mujer que me merezca y de que mis culpas pasadas y actuales son infinitamente menores que las de mis ex. Por eso me sigue lavando la ropa y dejando comida en un táper cada semana.

Mis empleadores creen que soy el tipo más libre del mundo y que por eso pueden hacerme laburar muchas más horas de las que debo. Piensan que estoy chocho de quedarme en el diario a redactar gacetillas hasta las 11 de la noche y que si no lo hiciera, me deprimiria en mi casa.

Aunque siempre hay verdades parciales y fragmentadas, el imaginario colectivo del separado a los 40 se nutre de mitos fílmicos y fantásticos más propios de George Cloney que de un simple mortal.

Sueño conque esas cosas se hacen realidad cuando estoy limpiando el baño o viendo tele el sábado a la noche.

Por lo pronto, tengo que ahorrar para un lavarropas.

 

2014.06.17 Una terapia de adrenalina

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Una terapia de adrenalina

La soledad me lleva al deporte de riesgo.

Por: Daniel Zalman

 

Ya habian pasado varias semanas con el tiempo repartido de la misma manera cada día: de casa al trabajo, del trabajo al sillón y del sillón al trabajo. Todo lo que hacía en el sillón era apretar la flecha del control remoto siempre en la misma dirección, de manera que cada zapping progresivo por los 78 canales me llevara no menos de dos minutos -unos 1,53 segundo por canal-.

En eso estaba hasta que un amigo me hizo reflexionar: no faltaba mucho para que me tuvieran que despegar del sillón a los sifonazos de soda, como a un perro abotonado.

Fue ahí cuando dije basta. Algo tenia que hacer. Algo útil. Que me hiciera sentir realizado. Acudí a uno de los 15 manuales para recién separados que me habia comprado por Internet y releí los consejos. Hubo uno que habia olvidado y me gustó: hacer un deporte de riesgo. Ideal para sentir adrenalina después de una temporada de sedentarismo, bueno para sumar autoestima al emprender un nuevo desafio, bárbaro para liberar tensiones acumuladas y esperanzador para conocer a alguna mujer que vaya a esas actividades.

Tenia que elegir: ¿Aladelta, paracaidas o rapel?.

Opté por el rapel. Y lo primero que hice fue ver qué significaba esa palabra. Apenas lo averigüé, comencé a arrepentirme. Pero ya era tarde: acababa de entrar al complejo y estaba parado frente a ese muro lleno de huecos y manijitas que me recordaba al de la Guardia de la Noche en Juego de Tronos.

En unos segundos, el instructor me habia colocado un arnés y daba las primeras indicaciones para escalar. Me tuvo que poner el arnés XL -lo hizo notar, además, con un chiste-, por lo que perdí varios puntos para la eventual conquista de alguna de las compañeras que también estaban ahí por primera vez.

-“Vamos, intenten subir”– alentó el joven atlético, centro de las miradas de todas. En un minuto y medio, todos estaban de tres cuartos del muro para arriba. Nadie se resbaló ni, por supuesto, se cayó.

Yo logré trepar tres escalones, en dos de los cuales se me soltaron los dedos y en el último quedé colgado del arnés, a 30 centímetros del suelo.

No alcancé a ver las risas de los otros principiantes, pero las intuí con mucha fuerza. Antes de entrar, me habia imaginado gritando desde la cima: “La pucha que vale la pena estar vivo”. Me fui con toda la sensación inversa.

 

2014.06.30 ¡Socorro, una futbolera!

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¡Socorro, una futbolera!

Por: Daniel Zalman

 

Mis amigos dicen que en estos días me envidian: puedo ver el Mundial a mis anchas, sin nadie que me pida sacar la basura durante un partido, regar las plantas o ayudarla con los platos.

Ellos, en cambio, aún no han podido ver un partido completo sin que alguien les pase enfrente del televisor y les pregunte si falta mucho para poder cambiar de canal y ver la novela.

Después de tantas malas durante tanto tiempo, al fin una ventaja de estar solo.

Sin embargo, nada es gratis en la vida. Quiso el destino que, tras la última consulta grupal en WhatsApp para ver quien de mis amigos queria juntarse a ver el partido de Argentina-Nigeria, apareciera una vieja compañera del colegio, Débora.

Débora, si bien estaba incluida en el grupo, nunca antes habia participado. Era la primera vez. Su interés por ver el partido parecia genuino. Por supuesto, uno siempre guarda la esperanza de que haya una segunda intención, pero en este caso no habia otra expectativa más importante que disfrutar del encuentro disputado en Brasil.

Así que compré cerveza, queso y salame y recibí a Débora; a quien no veia desde hacía al menos cinco años.

Cayó con una botella de vino en una mano, gorrito bufón de Argentina en la cabeza y bandera celeste y blanca alrededor del cuello. Nos saludamos, nos abrazamos y nos sentamos a ver el partido.

La muy zángana no se movió del sillón ni para buscar vasos. Se tomó todo lo que habia, se terminó el salame en cinco minutos, gritaba como loca ante cada avance argentino, vociferaba su amor por el jugador que tocara la pelota, alababa a Messi cada tres minutos, dejó correr un hilo de baba cuando Lavezzi se sacó la camiseta y se despachó contra el árbitro con una sorprendente gama de insultos que hicieron que Violencia Rivas pareciera alumna de un colegio de monjas.

Terminó el partido, tomó el último trago de cerveza y se fue. Por suerte.

Nunca más quiero ver un partido de fútbol con una mujer que se me parezca tanto. Para eso estoy yo.

Cuánto extraño a las que se enojaban por no poder ver la novela.

 

 
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