2014JULIO

2014.07.04 Me enamoré de nuevo, pero en la peluqueria

VIDA DE SOLTERAS

Me enamoré de nuevo, pero en la peluqueria

Por: Margarita Dundi

 

Fui a la peluqueria para que José, mi peluquero, hiciera milagros con mi pelo. “Lo de siempre”, le pedí. Enseguida me puso un freno y me obligó a esperar mi turno porque habia otras personas antes que yo. Estaba lleno de señoras embolsadas. De repente, lo vi.

No quise armarle un escándalo a José porque una vez me colé y me cortó el flequillo en punta como tenia Natalia Oreiro en el videoclip de “Tu Veneno”. Fue para que aprendiera a respetar el orden de llegada, aseguró. Ese corte me generó más gastadas que levantes. Yo les conté a todos que me lo habia hecho a propósito. Nadie me creyó.

Ni mi papá, que durante mi infancia me cortó el flequillo muy corto para no tener que hacerlo seguido, me hizo ese desastre. Desde aquella vez, me enemisté con José y juré que no volveria a su local. Hasta le saqué un par de pulgas a Juan Domingo y se la tiré en los almohadones del local.

Pero así como muchas veces prometí no perdonar a un ex, recaí y retorné con José. No volví convencida, regresé abatida porque en las otras peluquerias no sabian qué hacer con mi cabello. Siempre fue problemático. Mi vieja para una Navidad, como no podia desenredarme el pelo, cortó varios mechones y arruinó mi corte estilo Cristóbal Colón.

Acepté la imposición de José y me senté al lado de una mujer que tenia en la cabeza una bolsa de plástico del supermercado. José no es como cualquier peluquero, se opone al sistema peluqueril. No usa gorras para el pelo, se maneja con bolsas del super. Tampoco se pone guantes de látex para no contaminar el medio ambiente.

Y si bien tiene el sillón para lavar la cabeza, no está conectado a las cañerias de agua. Calienta el agua en una olla grande y cuando se entibia, la traslada a un balde y después la usa para enjuagar el pelo. Y si hace calor, no usa el secador de pelo para no gastar energia. Mucho menos coloca champú ni crema de enjuague en abundancia.

No reconocí a la mujer hasta que me saludó. Era la mamá de La Gorda. Cuando intenté cambiarme de silla para evitar un concierto de preguntas, él apareció ante mis ojos. Un treintañero, de barba perfecta y ojos marrones. De cabello prolijo y sonrisa desfachatada. De estatura media, supongo.

No pude quitarle la vista de encima. Me aproximé a él. Era aún más lindo. Y aunque los tatuajes no son mis predilectos, a él le sentaban bien. Ojalá fuese tatuaje, pensé en voz baja y le pregunté a José quién era el tipo. José agarró la revista y dictaminó: “Dundi, no tenés chances con Ezequiel Lavezzi”.

 

2014.07.08 Los cuarenta de La Gorda

VIDA DE SOLTERAS

Los cuarenta de La Gorda

Mi mejor amiga y yo.

Por: Margarita Dundi

 

La Gorda cumplió cuarenta años y no cabe duda de que están bien vividos. Obtuvo en 1990 el décimo puesto, entre diez participantes, en un concurso de belleza realizado en el festival del Asado Criollo en Neuquén. A mí me entregaron una mención especial y una molleja como premio consuelo.

A los veinticinco años dictó un curso para colocar pañuelos en el cuello. Me siguió en mi sueño de aprender a nadar antes de alcanzar las cuatro décadas, pero desistimos en la primera clase. Pagó, como yo, un año de gimnasio por anticipado sabiendo que no lo usaríamos, sólo para apoyarme.

La Gorda está siempre. Me acompañó en todas las salidas de levante y me encubre cuando hurgo los baños ajenos. Me protege cada vez que “MamiLeaks” (mi vieja) quiere saber algo de mi vida. La Gorda niega o asiente a discreción para beneficiarme.

Comparte su solteria conmigo. Está en contra del “empantalonamiento” (síndrome que padecen aquellas mujeres que no se despegan de sus parejas), no por convicción, sino por falta de propuestas del género opuesto. Fue la primera que se sumó a los contrafestejos por el Día de los Enamorados y pasó la mayoria de los 14 de febrero conmigo.

Es la que me convierte en la mitad necesaria de todas las promociones 2x1. La Gorda es la única que comenta las fotos que tengo en Facebook. Pone un “me gusta” en mis comentarios, aunque no esté de acuerdo. Con ella canto a los gritos los temas de Valeria Lynch mientras nos deprimimos.

Detesta como yo el descardamiento y votaria para su anulación. Soñamos con ser lampiñas o con pagarnos sesiones de depilación definitiva. También odia a las minas ultralindas, a las de piernas largas y a las que no tienen frizz cuando hay humedad.

En estos años me acompañó a reuniones de todo tipo y fingió que mi vida era mejor de lo que parecia. Afirma que tuve más parejas que Julio Iglesias y que soy una “gran dejadora de hombres”. Y es la que me cela los salientes al advertir que me enamoro. Es, asimismo, la que jamás me regalaria un paraguas o un hornito aromatizante porque los detesto. Esa misma es la que hoy me llamó para contarme que compró una prueba de embarazo porque tiene dudas.

 

2014.07.16 El fútbol se parece al amor

VIDA DE SOLTERAS

El fútbol se parece al amor

Aunque no lo crean, hay una utilidad en saber algo de fútbol.

Por: Margarita Dundi

 

Con esto de ver los partidos de fútbol del mundial (o mejor dicho, a los jugadores) descubrí similitudes entre las relaciones amorosas y los partidos. Los hombres se comportan en la vida como lo hacen dentro de una cancha de fútbol. Aunque, por desgracia, en general no se sacan la remera y no usan short ceñidos al cuerpo.

Sería hermoso que ante cualquier situación fortuita, los hombres festejen con el torso desnudo. Si los ascienden en el trabajo; si alcanzan a pasar el semáforo antes de la luz roja; cuando destapan una gaseosa sin volcar una gota; cuando la máquina de afeitar manual les sirve para una rasurada más de la que esperaban.

Los hombres viven como si estuvieran jugando un partido. Cuando los retás porque están viendo a otra mina o porque usaron la toalla del baño para secarse partes del cuerpo no previstas, se hacen los distraidos. Lo mismo ocurre con los jugadores de fútbol cuando el árbitro los busca para amonestarlos.

Los jugadores de fútbol trabajan en equipo para llegar al arco contrario. Tienen una estrategia en mente, cada uno marca a un rival y actúan según lo previsto. En un boliche, los hombres se acercan en grupo para levantar. Siempre hay uno que arranca con el chamuyo estipulado y otro lo sigue. Cada cual elige a una de las minas y no la deja escapar.

Si un tipo salió con el amigo una noche y si dicho encuentro le generó una pelea con su novia, el tipo le pasa la pelota al amigo. Asegura que su amigo estaba triste y que él lo acompañó en la desgracia; o bien que a pesar de su negativa, el amigo lo arrastró.

Los jugadores de fútbol son grandes creadores de faltas. Aún cuando el rival no los agreda, se tiran al suelo, se victimizan y piden una sanción. Cuando una mujer se enoja con “su peor es nada”, el tipo busca rápido un motivo para enfadarse con ella, le retruca y espera que la mujer se disculpe.

Cada vez que un hombre quiere besar por primera vez a una mujer que le gusta, se esfuerza, pone voluntad y hace cosas que en otras circunstancias desistiria. Cuando un jugador de fútbol debuta en un equipo nuevo o en otra categoria deportiva, corre los 90 minutos, transpira la camiseta y se muere si no es titular.

El domingo es la final del mundial y lo voy a sorprender a Roberto en la casa. Llego, me instalo y vemos juntos el partido. En cuanto se descuide, finjo que me duele la pierna y cuando me asista, lo chapo. Y si me sanciona, como ya me sacó una tarjeta amarilla contra Nigeria, quedo definitivamente fuera de competencia.

 

2014.07.18 El SEP se potencia el día del amigo

VIDA DE SOLTERAS

El SEP se potencia el día del amigo

El famoso Síndrome Estupidizante de Pareja se agudiza.

Por: Margarita Dundi

 

El año pasado para esta misma fecha, descubrí el SEP (Síndrome Estupidizante de Pareja). Por aquel entonces organizábamos la juntada del día del amigo. En aquella oportunidad mi amiga Pipi, hoy devenida en el olvido, nos metió al novio de invitado.

Yo “pegué el grito en el cielo” como dice mi vieja. No creo que nadie logre concretar la frase, pero así se suele decir. Le aclaré que si ella iba con su saliente a la reunión, lo mínimo que esperaba de su parte era una invitación para compartir con ellos el día de los enamorados. No aceptó y se enojó.

A horas de un nuevo festejo por el 20 de julio, Sole salió con algo parecido. Propuso que el encuentro del sábado sea mixto para llevar a su peor es nada. Le contesté que lo único mixto que conozco es la ensalada y que no me gusta porque siempre me quedo con hambre.

Ella defendió la postura y argumentó que así podríamos conversar de distintos temas. “Además de comer podemos chapar y todo” concluyó. Eso es algo cierto e importante, pensé. Sin embargo, el día del amigo no se chapa, para eso está la jornada anterior y la posterior.

Finalmente, Sole aceptó que el festejo sea sólo de mujeres. Ella misma resaltó que si no hay hombres presentes, conversar sobre la ingratitud de las calzas no sería desubicado. La calza es ingrata; evidencia celulitis, exceso de peso y que tipo de ropa interior usamos.

Anoche, de forma abrupta, Sole manifestó que asistirá con su saliente. “No lo puedo dejar solo” afirmó. Camina las cuatro décadas con soltura, le reproché. “Seguro que ya se sabe atar los cordones y hasta abrir la puerta para ir a jugar”, sumé. “Si fuera por mí, no lo llevaria. A mi gustaria que asistamos sólo mujeres”, aseveró. Le pedí que me explicara la situación porque era más confusa que las ecuaciones con dos incógnitas. Me comentó que no lo puede dejar solo porque su amigo no le hará compañía, ya que le toca cuidar a los hijos.

“Está bien, llévalo”, le rogué. Quedamos las dos contentas. A pesar de esto, ella insistió que sería mejor que él no fuera. Increible. No agregué nada. Terminamos de hablar, me aferré a la bolsa de agua caliente y me dormí.

Hoy me llamó y me detalló que mientras pintaba una pared de su casa, se cayó. “Tengo un desgarro en la mano” me precisó. Yo le sugerí hielo, reposo y algo que yo nunca hago: consultar al médico. Antes de despedirnos me aseguró que no se juntará el sábado. Le corté la llamada.

 

2014.07.24 Las cosas que tiene la amistad

VIDA DE SOLTERAS

Las cosas que tiene la amistad

Por: Margarita Dundi

 

"Gorda, explícame cómo pasó. ¿Le contaste a tu mamá?. ¿El padre es el tipo que conociste en el bazar?. ¿El del agujero en la media?”.

“Pasó como pasa siempre, Dundi. Mamá no sabe y no se puede enterar. Es el tipo que conocí en los tupper”, resumió La Gorda.

“Nos encontramos en diez en la plaza”, le exigí. “¿Qué vamos a hacer?”, me preguntó La Gorda. “No sé vos, pero yo en nueve meses no voy a engordar”, le contesté. Se ofendió. Me contó que por miedo tiró el test de embarazo que tenia. Le sugerí ir en busca de otro.

Fuimos a una farmacia a tres barrios de distancia de nuestras casas, para no despertar sospechas. Jugamos con La Gorda tres partidos de piedra, papel y tijera para resolver quién entraba a pedir la prueba. Perdí yo, pero me negué a cumplir la prenda. Así que ingresamos las dos.

El farmacéutico estaba de espaldas. “Para colmo es hombre”, dijo La Gorda. Los farmacéuticos son grandes moralistas. Te juzgan con una ceja levantada, abriendo grandes los ojos, con un simple silencio o repitiendo en voz alta lo que le pediste. No es grato comprar supositorios, pastillas de carbón o pomadas antihemorroidales.

“Hola”, le dije al tipo. Se dio vueltas y era el “Pequinés” Linares, un compañero de la secundaria. No lo reconocí enseguida, sino hasta que me señaló que tengo unos talles más que en el colegio y que por suerte superé el corte de pelo estilo Cristóbal Colón. “Dundi, no me digás que estás con La Dieta”, afirmó y agregó, sonriendo: “Estás casi igual”.

A La Gorda la apodó La Dieta porque nadie la seguia. A mí me sacudió Museo Natural porque juntaba bichos. “Seguro que buscan alguna crema para las estrias”, esbozó y agregó que no nos serviria. “A que están solteras”, auguró con media sonrisa en el rostro. “Me contaron que seguís viviendo con tus suegros”, disparé.

Y continué: “Vos estás intacto, salvo por el pelo”. Me aclaró que la farmacia era suya y que tiene tres empleados. Le refregué que resisto acostarme a la dos de la mañana y levantarme a las ocho. “Cuando estás casado, te dormís a las once”, rebatió. Le revelé que necesitaba un test de embarazo de urgencia. Linares enmudeció y levantó la ceja derecha. Me reivindiqué.

 

2014.07.28 Acostarse vestida despierta peleas con la pareja

VIDA DE SOLTERAS

Acostarse vestida despierta peleas con la pareja

Por: Margarita Dundi

 

Cuando dormís sola vale todo. Resultan aptos: el pijama roto y viejo, las medias tres cuartos que sobrevivieron de los torneos intercolegiales de voleibol de la secundaria y hasta el pulóver que no puede ver la luz del sol. Si compartís alcoba, al principio hay que refinarse, pero luego todo cambia.

Un tipo condena más la vestimenta que usamos para dormir que aquella que elegimos para salir. Nosotras, para presenciar cualquier evento, combinamos la cartera con los zapatos y los aros “hacen juego” con el collar y las pulseras.

Y si usamos una chalina, los colores deben coincidir con el resto de nuestro atuendo.

Sin embargo, para acostarnos toda esa coqueteria desaparece. Durante el día podríamos cambiarnos de zapatos tanto como sea posible, pero no nos importa como lucimos debajo de las sábanas. Yo duermo con la bolsa de agua caliente en los pies, un pantalón violeta pálido cuyo elástico está degastado y una polera roja de algodón que me queda corta de mangas.

Los hombres usan la misma camisa en cinco casamientos distintos y la situación pasa inadvertida. Perpetúan un único par de zapatos hasta que la suela se despega y caminar les resulta riesgoso. Los calzoncillos no los cambian hasta que otra persona (madre, esposa, hermana, novia) se los reemplaza.

Los tipos tampoco se preocupan por los agujeros que tienen sus remeras a la altura de las axilas. Parece que no los notan. Ni la mirada ajena los avergüenza. Son capaces de levantar los brazos y exponer los agujeros al mundo, como jactándose de ellos.

También se pueden agachar y mostrar al mundo ciertos espacios personales. Sólo los más prudentes se acomodan el pantalón para no mostrar más de la cuenta. Nosotras, en cambio, elegimos un pulóver o una remera larga que nos proteja del exhibicionismo no premeditado que posibilitan los pantalones.

Toda esa despreocupación que tienen en la vida cotidiana se esfuma en la cama. Los tipos exigen sensualidad. Nos prohiben que usemos medias y que nos envolvamos en viejas calzas de lana. Además se enojan si sumamos frazadas.

Si fuera por ellos, nosotras deberíamos estar desnudas o con prendas diminutas. La sensualidad en la cama es inversamente proporcional a la cantidad de años de pareja. Cuando estamos solas dormimos vestidas, apenas conocemos un tipo presumimos la piel. Después de un tiempo volvemos a abrigarnos y  ya no hay vuelta atrás.

 

 
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