ProfesorTerry

El profesor Terry y la Dama de Marrón

Por Louis Nizer

Profesor Terry and the Lady in Brown (RD nov 1970)

            http://www.rd.com/true-stories/inspiring/professor-terry-lady-in-brown/

 

El profesor Charles Thaddeus Terry enseñaba el tema "contratos" en la Facultad de Leyes de la Universidad de Columbia, en Nueva York. El profesor tenia alrededor de 55 años cuando yo era estudiante allí. Sufria deformación en un pie y cojeaba al andar. Estaba calvo y su rostro era tan feroz y tan feo que resultaba casi hermoso en su áspera asimetria. Tenia una nariz a la vez aguileña y achatada, cuyo aspecto en nada mejoraban los quevedos que usaba, pendientes de una cinta negra que ondeaba sobre su chaleco. Era de boca grande y de labios abultados, cuya brillante mucosa aparecia a la vista cuando hablaba.

Como era de suponer, de tal rostro no era posible que emanara una voz dulce. Por el contrario, su profunda voz de barítono destilaba un constante sarcasmo.

¡Y qué sarcasmo!.

En esto el profesor Terry era un maestro. Si gritaba el nombre de uno, daba la impresión de que uno era un hijo ilegítimo que habia adoptado un nombre falso para disimular su bastardia.

Era inconteniblemente cruel. Al dirigirse a alguien lo humillaba, lo vilipendiaba, lo ridiculizaba. Pero ¡Cómo enseñaba!. ¡Cómo lograba que uno entendiera la majestad de la ley, con su tendencia a la justicia!.

Empleaba el método socrático de enseñanza, haciendo preguntas, nunca dando respuestas. Uno tenia que encontrar su propio camino, pero él lo conducia a uno deliberadamente por sendas desviadas, de manera que cada uno aprendiéramos nuestro propio camino de regreso y conociéramos realmente el terreno. También, al contestar, un nutrido fuego de preguntas lo hacía dudar a uno de su propia conclusión. Solia comenzar con la lección más elemental sobre contratos.

- Señor Nizer, ¿qué es un contrato?.

- Es un acuerdo entre voluntades, profesor: una oferta hecha por una parte y aceptada por otra.

- ¿Entra en vigor el contrato en el momento en que las voluntades se ponen de acuerdo?.

- Si, señor.

- ¡Oh! conque entra en vigor, ¿eh?- su gruñido era como la repentina aparición de las sombras oscuras que preceden a una tempestad.- Supongamos que A ofrece vender su auto  por cierta cantidad y le envia por su oferta por correo a B. B le escribe aceptando y pone la carta en el correo. ¿Es eso un contrato?.

- Si, señor. Porque la voluntad de ambos ha acordado la operación.

- ¿Aunque A no haya recibido la carta de aceptación de B?.

- Si, señor- respondí, vacilante.

- Supongamos que A cambia de opinión y le manda a B un telegrama retirando su oferta y que B recibe el telegrama antes de que su carta de aceptación llegue a manos de A. ¿Hay contrato?.

- Si, señor. La voluntad del uno estuvo de acuerdo con la del otro cuando B envió por correo su aceptación.

Colérico, el profesor preguntó:

- ¿Pero cómo se puede aceptar una oferta que se ha retirado telegráficamente?. ¿Qué hay que aceptar?. El que ofrece, ¿no tiene el derecho de retirar su oferta antes de que se haya consumado el contrato?.

- Si, profesor.

- Entonces, ¿no es lógico suponer que la oferta de A ha sido retirada por telegrama, no haya nada que aceptar?.

- En efecto. señor.

- ¿De manera que usted cambiaria su contestación anterior, señor Nizer?.

Pronunció mi nombre como si fuere sinónimo de imbécil.

- Yo creo que sí la cambiaria. Si, señor.

El profesor Terry me clavó la vista durante largo rato. Después se dirigió a otro estudiante.

- Señor Thomas, ¿está usted de acuerdo con la última respuesta del señor Nizer?.

- Si, profesor Terry.

- ¿Por qué?.

- Por la razón que usted dio, señor.

- Yo no di ninguna razón. Yo sólo hice algunas preguntas. ¿Válgase por sí mismo!. Le he preguntado: ¿Por qué?.

- Pues bien, como la oferta fue retirada por telegrama, no habia nada que aceptar.

- ¿De dónde saca usted esa idea?. Si yo hago una proposición y usted acepta, ¿no se han puesto de acuerdo la voluntad de usted y la mía en el momento en que usted acepta?. Además, la aceptación de B no fue un mero concepto mental. B la expresó por escrito y la puso en el correo, con lo cual la decisión dejó de estar en sus manos. ¿Acaso eso no tiene ninguna importancia?.

- Si, señor. Tal vez si.

- ¿Tal vez?. Sí que la tiene. ¿O no lo cree usted?.

Su voz tronante hizo explosión como un cañonazo que retumbó por toda el aula.

- Si, señor, creo que si.

El profesor Terry lo miró con fijeza largamente y luego se dirigió a un tercer alumno.

- Señor McGraw, ¿con quién está usted de acuerdo?. ¿Con la respuesta final del señor Nizer o con la respuesta final del señor Thomas?.

- En mi opinión existe ya un contrato cuando B envia su carta de aceptación. Nada puede cambiar posteriormente ese hecho.

- ¿Nada lo puede cambiar, dice usted?- preguntó el profesor Terry. El interior de su labio inferior brilló enrojecido.- Supongamos que después de que B ha enviado su carta de aceptación, le telefonea a A y le dice: "He decidido no comprar su auto. Haga caso omiso de mi carta, que ya recibirá usted". ¿Existe todavia un contrato?.

-Si, señor.

La cara del profesor Terry se iluminó, como anunciando que la trampa habia saltado.

- Supongamos que después A le vende su auto a C. ¿Puede B demandarlo por incumplimiento de contrato?.

- Pues...

McGraw cambió también de parecer.

No importaba que posición tomara el siguiente alumno. Era derrotado despiadadamente. Luego resultó que todas nuestras respuestas eran correctas. En algunos lugares priva una regla, en otros, otra; lo que se consideraria contrato en cierto sitio no lo sería en otro. De esta suerte, ya desde la primera sesión aprendimos que la ley no era una ciencia exacta, sino una busca filosófica de preceptos morales y que la lógica empleada en tal busca no era irrefutable.

Cosa extraña, pero la intransigente presión a que nos sometia el profesor Terry y que a menudo parecia teñida de malignidad, no nos ponia en contra de él. En realidad, sentiamos por él un profundo afecto. Nos alentaba a discutir con él después de su clase, como si reconociera que el atleta que ha corrido una dura carrera no se puede detener de pronto.

El profesor Terry se convirtió en una leyenda en la Facultad de Leyes de la Universidad de Columbia. Miles de estudiantes que pasaron por su en el curso de los años lo recordaban sobre todos los demás profesores. Pero nuestra clase tuvo el privilegio de participar en un acontecimiento especial: un acontecimiento que reveló una dimensión que nadie más habia logrado ver.

Cuando el profesor Terry anunció su retiro, el decano Harlan Stone y la Facultad decidieron darle una despedida, durante la cual se colocaria en la biblioteca un retrato al óleo del profesor Terry. Este solicitó que se invitara a los alumnos. Ansiosamente nos apiñamos en la biblioteca, pero no sospechamos que lo que iba a suceder sería quizá la impresión más conmovedora de nuestra corta vida.

Sentada en el estrado, junto con los profesores, se hallaba una dama vestida de color café.

Una joya hermosa es un accidente de la Naturaleza, pero una mujer de cierta edad hermosa es una obra de arte.

Y aquella dama era una obra de arte, indescriptiblemente hermosa. Sus facciones, perfectamente proporcionadas, estaban realzadas por una cabellera blanca, suave y ondulada, que agregaba a su rostro aristocracia en lugar de edad. De largo cuello, mantenia la cabeza erguida majestuosamente, pero sin el más leve vestigio de arrogancia. Permanecia inmóvil y atenta. Nos preguntábamos quién sería. Todos los ojos estaban fijos en ella, hasta que las ceremonias y discursos distrajeron nuestra atención de la dama. Al terminar, con donaire no exento de solemnidad, el profesor Terry se levantó para hablar.

Permaneció inmóvil largo rato. Nunca habiamos visto la expresión que entonces aparecia en su rostro: habia perdido su severidad y se mostraba sonrosado y bondadoso. Su boca no era ya una mueca. También su voz era diferente. Era una voz suave, sin asomo de beligerancia ni sarcasmo. Después de expresar su gratitud por el retrato, "que mantendrá vivo el recuerdo de las torturas que yo he infligido a mis alumnos", explicó que él amaba la ley y tenia la sensación de que todo estudiante que habia abrazado la más grande de todas las profesiones, era su hijo. Por tanto, por amor, habia sido despiadado en su enseñanza.

La mente sólo puede crecer si se la desafia, añadió. Entonces, en defensa propia, acude a sus reservas de imaginación y recursos. El estudiante debe encontrar su propio camino, como lo tendrá que hacer en el mundo exterior. Por eso él habia sido cáustico. El mundo exterior será aún más cáustico. El profesor no podia haberse dado el lujo de ser tolerante con nada que no fuera lo mejor de que nosotros hubiésemos sido capaces. Expresó la alta finalidad que habia impulsado a la mayor parte de nosotros a seguir la carrera de leyes, también nos dijo que la satisfacción más grande de su vida era ver a sus alumnos convertidos en brillantes abogados, jueces y servidores públicos.

Continuó hablando en este tono, en una sincera declaración de idealismo.

Fue entonces cuando sucedió lo inesperado. El profesor Terry hizo una de sus largas pausas, que en el aula habian sido tan significativas y volviéndose a la hermosa dama vestida de color café agregó:

- He expresado mi gratitud a mis estudiantes, mis colegas y mi escuela. Pero eso no es más que una pequeña parte de la gratitud que llena mi corazón. No puedo decirles adiós a todos ustedes y callarme lo que es más importante en mi vida.

Se miró los pies y continuó con voz ronca por la emoción.

- A la edad de 30 años conocí a la muchacha más hermosa que jamás habia visto. Quedé pasmado y me enamoré de ella al instante, inmediatamente. Pero la consideraba inasequible para una persona como yo. La Naturaleza no me ha habia dotado con niguna de las gracias propias de una buena apariencia. No me atreví ni siquiera a sopesar la audacia de confiarle mis sentimientos. Me sentia feliz de sólo pensar en ella y dia y noche me concedia yo esta satisfacción.

Pero ella arregló las cosas de modo que nos reuniéramos. Con delicadeza y rara sensibilidad, me dijo que no ignoraba lo que yo sentia por ella y que ella estaba mucho más enamorada de mí que yo de ella. Desde entonces he vivido cegado por el éxtasis.

En los años que siguieron, hemos formado una familia, rodeados de una felicidad suprema. Ella me ha dedicado su vida y su amor sin restricciones ni vacilaciones, ni siquiera en los momentos más adversos de la existencia. Enseñar, escribir y practicar la ley han sido para mí ausencias temporales, sólo soportables porque sabía yo que regresaria a su lado.

Su voz se hizo más ronca al esforzarse a eliminar el temblor que asomaba en ella.

- De manera que, aunque nada hay más ajeno a mi naturaleza que hablar en público de la más íntima de todas las emociones, no puedo, al despedirme de ustedes, dejar de decirles que a ella le debo toda mi felicidad, que ella...

Volvió la cabeza hacia su esposa y con los ojos completó la frase, como si fuera imposible expresar con palabras la profundidad de sus sentimientos.

Las lágrimas rodaban por el semblante de la dama, pero ella no se movió. Tenia los ojos límpidos a pesar de sus abundantes lágrimas y miraba a su esposo con firmeza. Las miradas de ambos se encontraron y se entrelazaron en largo silencio. Después, sin añadir palabra, el profesor Terry tomó asiento.

Nadie aplaudió. Nos mantuvimos inmóviles. Pasados unos momentos, todos nos levantamos lentamente y abandonamos emocionados el recinto.

 
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