MiMamaMeMima

Mi Mamá Me Mima Pero Me Castra

 

Con las madres todo empieza desde chicos. Y lo peor es que nunca se sabe a ciencia cierta cuando termina. Porque todo va bien mientras una acogota muñecas con el afán de acunarlas, camina mirándose las "guillerminas" nuevas, va al colegio y besa al pariente más horrible con sonrisa de Heidi en Nochebuena. Entonces si: somos niñitas dulces, aplicadas, prolijitas, bien bañadas y con cerebritos químicamente puros.

Pero mal que les pese, las niñas -como cualquier ser vivo- crecemos. La ansiedad empieza a acercarnos cada vez más a la heladera, debutamos con el acné y en una función privada frente al espejo del baño nos vemos, por primera vez, los pelitos. Pasan tantas cosas en nuestros cuerpos que Woody Allen podria haber hecho una segunda vuelta de aquel maravilloso sketch del organismo en "Todo lo que usted quiso saber sobre el sexo y nunca se animó..."

Tampoco nosotras nos animábamos en aquella época. Una amiguita del barrio fue la encargada de preguntarle a su madre si era verdad que la loca de a la vuelta se quedó así por bañarse con menstruación. A vuelta de correo, trajo la información impresa en el pómulo derecho, con un leve tinte violáceo.

Bordando una tarde con mamá una boludez color rosa para mi clase de labores, le comenté que la joven inquietante del barrio (18 años y salidora de noche, la muy audaz) habia charlado un rato con nosotras. Mi vieja se hizo acupuntura súbita en el índice y una gotita de sangre manchó el honor de la batista: "No quiero que hablés con esa porque es una mujer". Lo que en lenguaje de madre queria decir, en aquellos años, que ya no era señorita, que le habian pasado cosas que una recién sabria en la noche de bodas, que alguno que otro hombre la habia tocado, que era una ligera, putona, indecente, loquilla.

Y resoplando, mi Madre -que a esa altura ya se habia ganado la mayúscula, a fuerza de tanto sufrimiento- concluyó: "Esa chica no tiene una madre que la aconseje". Lo cual era una metáfora, porque la vilipendiada era hija de la Ñata.

Ahora bien: mi vieja, ¿era mujer o solamente madre?. Porque papá la habia tocado, alguna vez se amaron a solas -sin nosotros en el medio, cosa que nos llenó de odio- y sin embargo se volvia loca de la moral cuando pronunciaba la palabra "mujer". Qué afortunada fui de niña: la hija de la Ñata no tenia madre que la aconsejar, mientras yo tenia una que me castraba.

 

LA NENA SE ME ENFERMÓ

Así dijo mi vieja hablando al colegio para justificar mi ausencia. El dia anterior, cuando le comuniqué como pude que algo me estaba pasando "ahí", me metió en la cama, me compró los Modess y pronunció la sentencia: jamás un hombre deberá saber de tu enfermedad.

¿Sabria papá que mamá menstuaba?.

Si yo no tenia fiebre y los únicos granitos que lucia no eran de sarampión, ¿por qué estaba enferma?. Cuántas preguntas sin tener a mi alcance "El segundo sexo" de Simone de Beauvoir.

Con la menstruación llegaron las prohibiciones: no bañarse, no lavarse la cabeza, nada de juegos bruscos con varones (¿de qué hablaban cuando reprimian eso?), no correr, no sentarse sobre baldosas frias, no jugar en la copa de los árboles y mucho menos con las ramas, eludir los baldios, no enfriarse la barriga, no tocarse "abajo", no decir nada, no vivir.

Lo que si nos permitian -¡qué buenas!- era marginarnos, tomar una caja de Evanol por dia, sufrir y asumir esa culpa, y como único contacto con el mundo exterior, un perenne chorro de bidet cual fuente de los Españoles para purificarnos hasta el alma.

Mientras la regla nos indisponia, a una se le empezaba a poner todo redondo y gordito y en el juego de la mancha, las tocadas duraban más de un minuto.

Movernos nos agitaba, la clase de gimnasia nos hacía transpirar, la proximidad de una fiesta de cumple nos volvia locas, el menor de la casa de la esquina también. Estábamos excitadísmias, bah.

¿Y qué nos ofrecia la vida diaria en tan crucial situación?. La profesora de Economia Doméstica inflamaba nuestros ovarios con el revolucionario método de batir la manteca con el azúcar para hacer las famosas merengadas Perinola, aquellas que hicieron delicias en las generaciones anteriores, las mismas que lograron casar a tu abuela y lograrian casarnos también a nosotras, porque a un hombre se lo enamora en la cocina, decia la profe al compás de la verruga que le adornaba el ángulo izquierdo de la boca.

Sin emargo, mis amigas y yo soñábamos en secreto con enamorar a un hombre en los pasillos de la facultad y que de la cocina se encargara ese maravilloso botón de la mina de los Supersónicos ("los años han pasado terribles, malvados... ") apretaba y una pizza de Güerin salia calentita y con anchoas para toda la familia. Cuando reivindiqué la licuadora en voz alta, me echaron de la clase con boleto de ida a la dirección.

 

LA NENA NO ME HABLA

Pese a las advertencias de pecado carnal, venial, letal o lo que fuere, poco antes de cumplir los quince asistí a un encuentro de estudiantes. Allí me encontré con uno. Éramos vecinos de banco pero jamás nos habiamos mirado en el contexto de la clase. Pero nuestro panorama educativo se abrió una noche bailando "Feeling" en un boliche del pueblo donde estábamos todos, y la mayoria encontrándose.

Fue precioso, la verdad, fue precioso. Habia mantenido mi virtud divirtiéndome como loca.

Las madres nos conocen como si nos hubieran parido, y exactamente eso sucedió con la mia. Regresé al hogar silenciosa, reconcentrada, en otra dimensión. Mamá estaba en mi cuarto -allí dormia, comia, leia, hablaba por teléfono y recibia a mis amigas- y me rogaba que saliese. "Hablame nena", lloriqueaba.

Como toda adolescente que se precie, yo estrellaba un almohadón contra la pared sin decir allá va y mi madre quedaba con la boca abierta como posando para el afiche para The Wall.

Yo era vivísima: mientras menos palabras articulaba más se me acortaban todos los permisos de salida. Era como los precios y los salarios: hoy un tire, mañana un afloje.

En las largas siestas y tardecitas de premeditación y alevosia, yo estaba conmigo recostada en mi cuarto. El calor arrasaba, así que el ventilador hacía las veces de esclavo con palmera. Fumaba tranquilita y en bikini. Ah, tenia puesto un par de aros.

Yocasta irrumpió: destrocé el pucho contra la mesita de luz -que la costmbre habia vuelto moteada- y boxeé un poco el aire en una inútil pelea con el humo. "Ahora me asesina", me dije en voz muy baja como para no darle la idea.

No, Que esperanza. No hubo represión pulmonar, no me cacheteó, no me gritó "viciosadeporqueriatevoyadarfumandoaestaedad... " Dijo: "¿Qué hacés desnuda acostada en la cama?". Le dio una convulsión general, apretó las mandíbulas y cerró la puerta. Encendí otra vez el cigarrillo y como la villana degenerada de la película, saboreando mi rubio, pensé por vez primera en el matricidio.

 

EL VIEJO TRUCO DE LA LENGUA MORADA

Al dia siguiente de aquel sábado, fue domingo. Lo que parecia lógico para los demás era, para mí, un orden alterado. En el almuerzo familiar los otros se me aparecian como vistos en un espejo deformante. Mi vieja, de saberlo, hubiera dicho que yo habia dejado de ser señorita. Pero, en estos casos, mejor la ignorancia.

Yo, que lo sabía, no decia nada. En verdad, estaba impresionadísima. Tantos años de represión, tantas amenazas, millones de advertencias y ¿para qué?.

¿Tanto escándalo por eso?.

Si era bárbaro; medio desprolijo al principio, pero después logramos organizarnos.

Guardé silencio durante el almuerzo como si la palabra fuera a devaluarse.

La mejor compañia de una madre represora es un hermano mayor, controlador de honores. Fue el mismo salame que abrió la boca para decir: "¿Qué te pasa, nena, te comieron la lengua los ratones?".

Yo enseñé la lengua a mi familia para demostrarles que no me habian comido nada. Mamá habló esta vez: "Tu lengua está morada".

Sonamos pensé, Master y Johnsons no decian nada de las consecuencias. Estaba segura de que todos se habian dado cuenta, de que la lengua morada era un síntoma, una revelación, un dato tan inequívoco como la circuncisión.

Muchos años después me enteré de que no tenia nada que ver. Pero habia bastado el comentario materno para que en los sucesivos encuentros con mi novio hiciéramos un "mènage à trois": nosotros dos y la culpa.

De todas maneras, como para que no quedaran dudas, mamá me encontró en el living de la casa con mi novio de visita. Y si hay algo indisimulable en el universo son dos seres encamados. Así que la que disimuló fue la vieja porque la repre no le permitió ni un chillido de sorpresa.

 

UNA MADRE ES UNA MADRE

Diez años después, me di una vuelta por la casa de los viejos, así como quien no quiere la cosa y recién separada como estaba, sin laburo y sin un bien para reclamar. Me quedé a vivir allí. Hice de esa morada mi albergue transitorio: transitaba por la casa, iba y venía y me negaba a emitir información alguna sobre mis actividades.

"Pero, hija, soy tu madre", decia la vieja blandiendo la partida legalizada cuatro veces con tal de que yo le chusmeara algo.

Cuando una tarde me vio salir, se percató que habia enflaquecido, que tenia reflejos en el pelo y la boca pintada de rubí. "Que pronto te recuperaste", me dijo.

Como tantos años atrás, mamá me habia "enfermado" otra vez: primero, la menstruación, ahora el sesenta y siete bis.

Mi nuevo pretendiente solia buscarme tipo once de la noche y previamente llamaba por teléfono. como Oscar Wilde, siempre he sentido que lo único que no puedo resistir es la tentación; así que aunque estuviera en camisón y con la crema antiarrugas, le decia que si y me daba unos brochazos de rubor.

Igual que en una película de terror, estaba frente al espejo dándole al maquillaje cuando el rostro de mi madre aparecia detrás, severo y clerical, achicando los ojos como para impresionarme.

"Apenas te llama salís corriendo, eso no es decente en una mujer", espetaba la victoriana. Yo sonreia cristalinamente y comentaba: "Ay, vieja, si es un amor". "De todos dijiste lo mismo", concluia mi Dios sin ateos en la Tierra, lo que en realidad queria decir que el pasado me condenaba sin clemencia.

Al dia siguiente, cuando tipo nueve de la mañana reaparecia en la escena familiar, mamá se preparaba una taza de café humeante, untaba con mermelada un pan tostado, decia algo así como buen dia y minga de hacerme el desayuno.

"¿Qué hiciste anoche?" sugeria, porque le era imposible quedarse callada. "Fui al cine", decia yo. Mamá no queria saber eso: queria confirmar "eso".

Cuando mi nuevo pretendiente se transformó en mi pareja, mamá casi se muere del desconcierto: no íbamos a vivir juntos ni a casarnos ni nada de lo que ella esperaba. Optó por el estilo de triste resignación, el mismo de las frases: "para qué preguntarte si no te entiendo", "vos sabrás que hacer", "estas cosas modernas" y de no haber sido un grotesco se hubiera enjugado una lágrima tenue con un pañuelito de encaje.

Mi pareja tiene contestador automático y me gusta dejarle mensajes mimosos. Después él los escucha y me viene a buscar. La vieja -mi madre, quiero decir- se levanta de la cama y dice: "Saliendo otra vez... " Asiento.

"Por lo menos vendrá a buscarte, ya que tiene auto... " Asiento.

"¿Pero por qué viene hoy si ya se vieron anoche?". Abro la boca y le explico que le dejé un mensaje.

"Ah... se tentó", dice mamá.

"Si -le respondo- no solo cayó en la tentación, sino que, además, no nos podemos librar del mal".

Mamá se desmaya con tal esmero que queda sentada sobre el inodoro con la tapa puesta. Yo salgo. Papá la revive y así...

(Busco uno o dos ambientes en zona céntrica, con teléfono. Intermediarios y madres: abstenerse)

 

Silvia Itkin

 
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