Hora de la Verdad

En estos civilizados tiempos, ¡qué difícil resulta encontrar ocasión de acometer una hazaña!.

 

En otros y más dichosos tiempos nunca faltaba alguna crítica situación en la cual el hombre podia demostrar que lo era de pelo en pecho, enfrentándose a la muerte con impertérrita mirada. El marido, el padre, el cabeza de familia salia a la puerta de la cabaña, mandaba a su esposa e hijos que se pusieran a buen recaudo al amor de la lumbre e iba luego a vérselas con los amenazadores asaltantes.

Aquella era su Hora De La Verdad.

Hombre de corazón puro, de ojo certero y recia mandíbula, se echaba a la cara el rifle y sin volver a cargarlo despachaba a 73 de los bandidos a mascar barro.

Luego se rascaba la axila, apoyaba el fiel Winchester en la puerta y volvia contoneándose a la cabaña, donde era centro de la adoración de su leal mujer y sus amantes hijos.

Siempre habia algún peligro del que un hombre pudiera salvar a su hermano menor a la vista de la novia. Habia también aquella electrizante Hora De La Verdad en que el bajel corsario se ponia al pairo y los sanguinarios piratas se preparaban para lanzarse al abordaje. El capitán encerraba a sus seres queridos en una cabina de primera clase, desenvainaba la espada y procedia a ensartar uno a uno a los bellacos que saltaban las bordas.

Lo que hiciera el hombre no importaba mucho (siempre y cuando venciera en su empresa). Lo grande era que, invariablemente, una vez terminada la acción, la mujer se enjugaba las lágrimas o tendia los brazos exclamando: "¡Tú eres mi hombre!". O bien experimentaba un leve estremecimiento (cosa que requeria verdadero arte) y tomando fuertemente por el brazo a su pequeño, murmuraba: "¡Ahí tienes todo un hombre!. ¡Nuestro hombre!".

Eso es lo que me tiene perplejo. Quiero decir que ya apenas se encuentra una de esas Hora De La Verdad. Debemos reconocer que hoy ya nadie sale a vérselas con el peligro, da pelea, se pone al pairo o ensarta malandrines.

¿Dónde puede uno encontrar hoy la Hora De La Verdad?.

Por mi parte no cejo en mi empeño de hallarla.

La noche en que descargó el más violento temporal del invierno pasado recorrí en el coche diez kilómetros en busca de una lata de café. Volví a casa cubierto de nieve. Y cubierto también de gloria, porque no fue empresa fácil aquella salida, con el radiador que perdia agua y el cambio de luces averiado.

Pues bien, ¿qué era lo que me esperaba?. Desde luego, los brazos abiertos de mi mujer... que me metia una bufanda por las narices.

- ¿No te dije que te pusieras esto?- exclamó.- Supongo que ahora tendré que aguantar tu ir y venir por casa, tosiendo y estornudando. ¿Cuándo aprenderás?.

Sin embargo, no me doy fácilmente por vencido. Cuando nos mudamos a la nueva casa, le dije a mi mujer:

- Mi vida, tu no muevas un dedo. Yo mismo meteré ese baul sin la ayuda de nadie.

Y si señor, así lo hice. Lo bajé del techo del auto, dejándolo caer justamente encima de uno de mis pies y después, al pasar el baul al interior, arranqué un trozo de la jamba de la puerta. ¿Y qué gané en cambio?.

- No debes hablar de ese modo delante del niño. ¡Figúrate si tuviera edad suficiente para entenderte!.

Francamente, esto me tiene desconcertado. El muchacho crecerá y se marchará a vivir por su cuenta antes de que encuentre yo mi Hora De La Verdad para hacerle ver todo lo que vale su padre.

Y si la encuentro, ¿qué hará él?.

Ya lo veo congregando a sus propios hijos en su derredor y elevando al espacio los ojos humedecidos por la emoción.

- Hijos mios- les dirá,- mi padre era todo un hombre. Jamás olvidaré aquella mañana en que un taxista le robó al darle el cambio. Mi padre se enfureció de tal modo que lo dejó sin propina.

Es bastante para ponerle a uno la piel de gallina.

Me digo constantemente que el dia menos pensado esta familia mía va a vérselas con una crisis un poco más violenta que la de haberse atrasado en pagar la cuenta del teléfono. Cualquier dia de estos el destino habrá de descargar en casa algún golpe tremendo; la tensión irá en aumento; la sucederá un instante de absoluto y desesperado silencio. Mi hijo menor escapará a la protección que le brindaron las faldas de su madre y correrá a mi lado en busca de guia y apoyo. Y mi mujer va a quedarse con los ojos desorbitados.

Y entonces le voy a soltar lo que he ansiado decirle desde hace tiempo:

- La próxima vez que me sirvas el pan requemado... ¡me largaré a comer a otra parte!.

 

Marc Drogin

 

 
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