Aprendiz de Padre

Aprendiz De PADRE

Hasta hace poco solia discutir sobre el futuro de la humanidad. Ahora hablo de pañales, marcas de leche en polvo y juguetes...

 

 

Por José Eduardo Agualusa

[Pais e Filhos - 1998]

 


¿Ven ese lindo pequeñín al que estoy sosteniendo en la foto?. Es mi hijo. Al decir esto me siento como King Kong cuando acuna a la frágil Ann en su manaza y con la mirada intenta convencerla a ella y al mundo de que formarán una estupenda pareja.

Cuando nací era tan feo, que mi madre no dejaba que las visitas me vieran. No mejoré mucho con el tiempo. Mi hijo, en cambio, fue una preciosidad desde el primer dia, tan perfecto que ni siquiera mis mejores amigos nos encuentran parecido. Es más, a veces tengo la impresión de que me mira con una mezcla de risa y suspicacia en los ojos. ¿De veras seré hijo de este señor?, ha de preguntarse. Luego hace pucheros y empieza a llorar.

Llora mucho, con toda el alma.

Por fortuna, descubrí que la Tierra está llena de padres. Antes solia hablar de música, libros, viajes, películas; intercambiaba recetas exóticas y discutia sobre el incierto futuro de la humanidad. Ahora hablo de pañales, marcas leche en polvo, juguetes y juegos o de como aliviar un cólico a media noche. Y por lo que respecta al futuro, de pronto ha dejado de ser una mera idea abstracta: mi hijo vivirá en él.

 

Pequeño nómada

Mi hijo quiere ser, cuando crezca, una sirena, una alarma de auto, una bocina de niebla: cualquier cosa que haga un ruido endemoniado y sea capaz de poner los nervios de punta.

No hay duda de que tiene talento para eso y le gusta demostrarlo por la noche, a media noche, durante la dulce quietud del amanecer...

Unos amables vecinos a quienes no recuerdo haber visto nunca se me acercan en la fila del supermercado y me preguntan por la salud de mi bebé. ¿Vaya pregunta necia, porque hay que tener una salud de toro para berrear así!.

Lo sostengo en brazos y camino por el cuarto con la esperanza de que se duerma. Si me detengo un segundo, llora; si intento acostarlo en la cuna, chilla con más fuerza. Bruce Chatwin, escritos de relatos de viaje y autor del maravilloso libro En La Patagonia, creia que el ser humano está programado para ser inquieto. "Cuando una madre mece a su hijo para dormirlo", escribió en Anatomia De La Inquietud, "imita sin saberlo a la amorosa mujer salvaje que atraviesa un terreno agreste para proteger al niño de las serpientes, los escorpiones y otros peligros de los matorrales. Si al nacer necesitamos movernos, ¿por qué cuando crecemos echamos raices en un sitio?".

La respuesta me parece obvia: somos nómadas cuando alguien nos lleva a cuestas, pero cuando nos volvemos nuestro propio medio de transporte, solo pensamos en detenernos un rato, en cualquier parte, a dormir. ¡Dormir es un deleite!.

 

Imitador nato

Las cosas son más fáciles durante el dia, ahora que Carlos ya aprendió a moverse en andadera; la suya está equipada con varias campanillas, espejo retrovisor y luces. Mi pequeño nómada pasa horas en el patio persiguiendo a los gatos, los perros y el loro. De acuerdo con Chatwin, es el instinto del cazador.

A no ser por las persecuciones, el loro y él se llevan de maravilla. La lengua materna del ave es el portugués, pero también habla con soltura el idioma de los perros y hasta se entiende con las campanillas de la andadera. Y cuando está de buen humor, habla la lengua de los bebés.

Carlos y él charlan horas y horas en esa jerigonza monótona que consta principalmente de vocales y que tiene la ventaja de poderse interpretar como a uno le de la gana.

En casa nos hemos puesto a adivinar cuál será su primera palabra (en portugués). Sin duda la pronunciará uno de estos dias. En secreto le he estado enseñando a decir "mi papá es grandioso".

El loro ya aprendió esta frase, pero me preocupa que vaya a ponerme en ridículo repitiéndola delante de las visitas.

 

Palabras y juguetes

Mi pequeño ya habla. Dice "buenos dias", con un fraseo alegre, claro y firme. Y con un perfecto sentido de la oportunidad: en la mañana, muy temprano, cuando decide que es hora de que nos levantemos.

Primero conversa incesantemente consigo mismo en ese misterioso idioma de los bebés. Canta y juega con su piano de juguete y lo golpea contra los barrotes de su cama como si quisiera espabilarnos con un alegre concierto. Cuando comprende que así no logra llamar la atención, dice "buenos dias". Está bien consciente de que ese cordial saludo no puede ser pasado por alto. Me encantaria darme media vuelta, meter la cabeza bajo de la almohada y seguir durmiendo, pero no soy capaz de hacerlo.

Así es como comienza mi jornada cada mañana. Siempre con un alborozado "buenos dias".

 

Estoy escribiendo esto poco antes de la Navidad, la primera que celebrará mi hijo. Estoy seguro de que va a recibir una montaña de obsequios. Por lo general, le gusta más la envoltura que lo que viene adentro.

En una ocasión se desentendió por completo de un costoso regalo para pasar media hora jugando con la caja vacia. Quizá era una sutil protesta contra el irrefrenable consumismo de nuestro tiempo.

Cuando yo era niño teniamos sólo unos juguetes rudimentarios que exigian una buena dosis de imaginación. Estoy convencido de que la imperfección de esos juguetes era más bien una virtud.

Al fin y al cabo, los que más me complacian, aquellos de los que guardo dulces recuerdos, eran los que hacía con las manos. Junto con mis primos y otros chicos del barrio, construí veloces carritos de madera, patinetas y otros vehículos de tracción humana con los cuales nos lanzábamos con temeridad suicida por una pendiente que terminaba en un arroyo. Unos antes que otros, todos cruzábamos como bólidos la línea de meta y caíamos al agua produciendo un tremendo chapoteo.

Esa infancia libre, feliz y llena de aventuras me convenció de que es mucho más divertido reinventar el mundo que encontrarlo listo para divertirse en él.

 

Infinitos peligros

Mis amigos me lo advirtieron: no vas a saber lo que es sufrir hasta que el niño aprenda a caminar. ¡Vaya que tenian razón!.

Cuando Carlos empezó a andar parecia un funámbulo en la cuerda floja: avanzaba tambaleándose con un pie delante del otro, los brazos extendidos en precario equilibrio, hasta que se inclinaba más de lo debido y caia de bruces. De pronto me percaté de que las casas tienen muchas paredes, todas colocadas peligrosamente frente a la cabeza de mi hijo. Las puertas parecen tigres: listas para darles una tarascada a sus deditos al primer descuido; los cables eléctricos acechan bajo las mesas como serpientes traicioneras; los frascos se deslizan y caen al suelo y surgen cuchillos y tenedores por todas partes. He terminado por creer que el planeta entero conspira contra el bienestar de mi angelito.

A pesar de todo, parece que funciona con pilas de larga duración: nunca se detiene.

 

Boca ávida

Los bebés se forman una idea del mundo con las papilas gustativas. Se llevan directamente a la boca todo lo que está a su alcance. Desde su punto de vista, si algo no se puede comer, no sirve. Las madres, por ejemplo, los proveen de leche, así que para ellos son n alimento y, por ende, muy útiles. Pero un padre, ¿qué tiene de bueno?.

Mi hijo ya tiene cuatro dientes y hace unos dias me desperté al sentir que trataba de comerse una de mis orejas. No llegó lejos y me miró con mucha decepción. Debe de pensar que no sirvo absolutamente para nada., como un bolígrafo sin tinta.

¿Se han preguntado alguna vez por qué a los niños les fascina el cuento de los hermanos que se pierden en el bosque y luego, cuando empiezan a angustiarse, encuentran una casa de chocolate?. Para los pequeños esta debe ser una alegoria del paraiso: una casa que puede comerse hasta los cimientos; las paredes, las puertas, los ladrillos, las tejas, los grifos, los excusados...

¡Dios mio, que casa!

 

Los consentidores

¿Cómo se metamorfosea un padre en abuelo?. Es decir, ¿qué misteriosa magia es capaz de transformar a un caballero de corbata gris, normalmente recatado y serio, en un pobre tipo que gatea por la cocina ladrando alegremente sólo para entretener a un niño?.

Un abuelo es un padre que hace gala de orgullosa irresponsabilidad. Todo lo que nuestros padres jamás se permitieron hacer con nosotros, todo lo que nos prohibian, lo hacen ahora con nuestros hijos.

¿Cómo educar a un niño sometido a la anarquia de los abuelos?.

Escena1:

El padre: "¡Cuidado, el niño va a romper ese vaso!"

El abuelo: "Si quiere romper vasos, déjalo. Ésta es mi casa y los vasos son mios".

El niño arroja el vaso al suelo.

El abuelo: "¡Mira como tiró el vaso! Este chico es un Hércules. Va a ser deportista cuando crezca".

¿Cómo explicarle a un niño que puede romper vasos en casa del abuelo, pero no en la nuestra?.

Es aún más difícil hacer que el abuelo entienda que queremos criar bien a nuestros hijos y no nos gusta que rompan vasos.

Pese a todo, hay alguien peor que el abuelo: el tio.

El tio es, indiscutiblemente, el "gran consentidor universal". Desde luego, el verdadero tio no tiene hijos, pues si los tiene, deja de ser un tio: el hombre siempre dispuesto a causar estragos. Sé de lo que hablo pues yo fui el tio perfecto. El único propósito que tenia como tio era subvertir la mente de mis jóvenes sobrinos, socavar sus convicciones, alentar todo tipo de ideas contra el orden establecido. El tio es por naturaleza un terrorista moral y, en los casos más benignos, un provocador que está siempre aguardando el momento oportuno para atacar,

Escena 2:

El tio (al sobrino): "¿De veras estás estudiando?. ¿Cómo puedes desperdiciar así el tiempo, en un dia tan bonito como hoy?. Anda, mejor vayamos a la playa. No necesitas pedir permiso a tus papás; sólo iremos a mirar a las chicas".

El sobrino: "No puedo. La semana que entra tengo un examen".

El tio: "¿Y faltando tanto tiempo estás estudiando?. ¡Qué vergüenza!. Si sigues así, acabarás siendo médico como tu padre".

Precauciones y estrategias:

La mejor defensa contra el tio es hacerlo víctima de su propia subversión en cuanto sea posible. A esto se le llama táctica antiguerrillera. Por ejemplo, se le puede pedir que cuide al niño mientras uno va a al cine con su esposa. Pero tomen nota: hay que dejar al pequeño monstruo en casa del tio. Normalmente bastan tres horas para derrotarlo. Exhausto, con la casa convertida en un campo de batalla, el pobre diablo se verá obligado a reconsiderar su papel.

Es más difícil aplacar a los abuelos. Al fin y al cabo, son nuestros padres (o suegros). Cuando nos miran, ven a los niños que fuimos. Como no entienden cómo pudimos crecer tan rápidamente, siguen dándonos órdenes. O bien nos tratan con fria indiferencia, como lo hacian 30 años atrás. Por eso es natural que no acepten sugerencias -y mucho menos críticas- sobre la forma de comportarse con sus nietos.

La verdad es que no se qué hacer con los abuelos, pero estoy pensando en comprar vasos de plástico.

 

Sucumbir al encanto

El mundo parece en perfecta paz cuando un niño se queda dormido en nuestros brazos. Es como si su sueño mantuviera las estrellas en su sitio. Pienso que esto se debe a que los niños así lo creen: que el mundo es un lugar pacífico.

Cuando los niños se dan cuenta del error, pero ya es demasiado tarde. Es entonces cuando comienzan a hacer preguntas (y, sin saberlo, descubren la filosofia).

¿A dónde vamos -qué nos pasa- cuando dormimos?.

Recuerdo que de niño esta duda me quitaba el sueño. Mi abuela me confortaba diciendo: "Cuando dormimos, vamos al cielo a jugar con los ángeles". La idea no me parecia tan descabellada pues, ¿acaso no habia yo despertado en una ocasión y encontrado plumas en mi cama?.

Mi hijo está empezando a hilar frases. Sus expresiones son secas, carentes de artículos y un poco enigmáticas. Me parece que tiene cualidades para llegar a ser un excelente poeta concreto: "Agua bebé toma bebé agua agua buenos dias agua toma bebé toma".

Un dia de estos también comenzará a hacer preguntas difíciles. Ya lo estoy oyendo: "¿Papá, adónde vamos cuando dormimos?".

O, peor aún, querrá saber quién creó a Dios, dónde comienza el infinito y quien se encarga de arrestar a los policias delincuentes.

Me he puesto a leer un poco de filosofia para prepararme. No pretendo contestar esas preguntas, pues estoy bien consciente de que no tienen respuesta; pero, con ayuda de la filosofia, puedo tratar de no contestarlas fingiendo que lo hago.

También estoy aprendiendo magia. Un padre debe conocer algunos trucos, como sacarse monedas de la nariz, hacer aparecer pañuelos en un vaso vacio, adivinar cartas de la baraja e imitar el maullido del gato o el ladrido del perro.

Conforme mi hijo crece, a veces pienso que me estoy volviendo niño; es decir, estoy más atento a los enigmas que nos rodean, más abierto a las sorpresas, los riesgos y las emociones. En uno de sus cuentos, el escritor mozambiqueño Mia Couto hace el retrato de un general severo y autoritario que un dia descubre que tiene un hijo. Poco a poco el hombre sucumbe al encanto del pequeño y con enorme gozo empieza a comportarse como un niño.

Creo que nosotros, hombres excesivamente ocupados, somos ese general: en espera de un hijo que nos rescate de la vejez y la melancolia.

 
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