Naranjo

Para mí, el recuerdo de ella perdurará siempre en ese árbol que tanta alegria nos dio.

 

El Naranjo de La Abuela

 

Kelly John Ashton

 

En su juventud, mi abuela fue una respetada modista y diseñadora de ropa. Tenia un negocio de modas en Bondi, un barrio de Sidney, Australia y las señoras pudientes de los alrededores eran sus clientes asiduas. A todas las vestia con las mejores creaciones por una suma modesta y desde luego, a ellas les encantaba. En aquel entonces hasta los ricos conocian el valor del dinero.

Pero la abuela tenia otra admiradora.: una de sus costureras, una joven griega que la adoraba.

Cierto dia, mientras almorzaban, la abuela peló una naranja y dejó al descubierto un pequeño brote que semejaba un naranjo en miniatura. Al verlo, la joven dijo emocionada:

- ¡Así crecen las naranjas navel (de ombligo)!. Si planta ese brote, tendrá un naranjo.

Y eso fue exactamente lo que la abuela hizo: plantó el delicado vástago en una maceta roja.

El retoño prendió y con los años se convirtió en un esbelto arbolito. Todavia en su maceta, ahora vivia en el alféizar de la ventana de la cocina de la abuela, donde recibia algunas horas de sol todos los dias. Parecia un bonsai y yo solia embelesarme ante esa miniatura perfecta. Admirar el pequeño naranjo era sin duda uno de los mayores placeres de visitar a la abuela.

Tiempo después, cuando mis padres compraron una casa en las playas del norte de Sidney, la abuela se mudó al lado opuesto del Puente Harbour para estar cerca de nosotros. Alquiló una casa en la playa Manly y el naranjo lo interpretó como señal de que debia empezar a crecer.

Cuando ya no cabia en la maceta, la abuela lo trasplantó al jardín trasero de su nuevo hogar.

El arbolito media casi 30 centímetros de altura cuando el gruñón dueño del conjunto de casas le dijo que debia sacarlo. A la abuela se le partió el corazón. Como el naranjo ya estaba muy crecido para devolverlo a una maceta, mi madre se ofreció a replantarlo en el jardín de nuestra casa.

Fue una mala decisión: mamá lo replantó justo en el medio del jardín, que era nuestra cancha de fútbol.

No era precisamente el mejor campo de juego: tenia un pronunciado declive y colindaba con un terreno rocoso, pero el naranjo hacía aún más difícil jugar. Perdí la cuenta de las veces que mi hermano y yo le rompimos y luego intentamos reparar el daño con cinta adhesiva e incluso con pegamento.

Un buen dia, mi madre decidió cambiar de lugar el árbol, así que fue replantado por tercera vez. El lugar que eligió, agradable y sin peligros, fue junto a la ventana del dormitorio de mi hermana mayor.

No volví a pensar en el árbol ni en las calamidades que tuvo que soportar hasta que una madrugada en que, muchos años después, estrellé contra él mi motocicleta. Aunque reconozco que no debí conducir en el estado en que me encontraba, la moto resultó más dañada que el naranjo.

Solo entonces me di cuenta de que ya era un árbol enorme y cada año crecia más. Con todo, me parecia un fiasco porque en sus más de 30 años de vida jamás habia dado un solo fruto, ni siquiera una flor.

Yo también habia crecido: tenia un negocio propio, vivia solo y trataba de gozar la vida al máximo. Sin embargo, para ahorrar un poco de dinero, le propuse a mis padres regresar a vivir a su casa.

- ¡Ni lo pienses!- fue su tajante respuesta.

Entonces mamá me sugirió que me fuera a vivir con la abuela y nos dividiéramos los gastos, pues cada año su malvado propietario le subia el alquiler justo la misma cantidad que el gobierno le aumentaba a ella su exigua pensión de jubilada.

Al principio me pareció ridículo que un motociclista velludo y feo viviera con su abuela, pero resultó muy buena idea. A la abuela no le molestaba limpiar y cocinar para mí y para los rudos motociclistas que me visitaban y a mí no me desagradaba hacerle compañia. La ayudaba a pagar sus cuentas, lo que le permitió no pasar apuros por primera vez en mucho tiempo.

Pero entonces se enfermó gravemente. Tenia cáncer y sólo le quedaban unos meses de vida, así que la llevamos a casa de mis padres para que estuviera cerca de la familia. Mamá le preparó la habitación más soleada de la casa -el viejo cuarto de mi hermana-, donde pasó sus últimos dias contemplando con deleite su querido naranjo.

Un dia, poco después del funeral, mi madre me condujo a su jardín y señalando el naranjo de la abuela, llena de emoción me dijo:

- ¡Mira esto!

Allí, en el tronco, habia un solitario retoño. Nunca he sido creyente; sin embargo, ese dia no pude evitar pensar que en ese tierno botón se estaba manifestando el espíritu de la abuela.

Al pasar los dias, el brote creció hasta convertirse en una naranja diminuta y mustia cuya única semejanza con las frutas que vemos en los mercados era su color. con todo, era la naranja de la abuela.

Se podria pensar que este es el final de mi historia, pero no es así. Durante meses, mamá se preguntó cual sería el mejor lugar para depositar las cenizas de la abuela.

¿La playa Bondi?. ¿La playa Manly?.

Al final se dio cuenta de que siempre tuvo el sitio perfecto ante sus ojos: esparció las cenizas alrededor del naranjo.

Transcurrió un año completo y entonces ocurrió algo asombroso. En casi todas las ramas del árbol brotaron cientos de retoños, cada uno de los cuales se transformó en una colorida naranja. Por supuesto, todas tenian un gusto amargo, pero al fin y al cabo, eran naranjas.

Esos frutos sin duda habrian sido el orgullo de mi abuela.

A veces me pregunto si las duras condiciones que el árbol soportó fueron la causa de que no diera frutos durante tantos años. Tal vez el aire cargado de sal que le llegaba del mar lo sofocaba.

Pero eso ya no importa. Era el naranjo de la abuela y el recuerdo de ella perdurará siempre en él.

 
 
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