Enloquecer



Un Buen Motivo Para Enloquecer

Patrick McManus

 

Mi amigo Fenton me contaba que contaba acerca del terrible fin de semana que acababa de pasar en su lugar de descanso junto al lago.

"Llovió todo el tiempo y no pude salir ni una vez", dijo. "¡Para el domingo sufria un caso de fiebre de cabaña que no podrias creer!".

Da la casualidad que sé que la "cabaña" de Fento tiene dormitorios, gruesas alfombras, televisor y tina con agua caliente. Lo que él tenia era fiebre de casa de campo, que se compara a la fiebre de cabaña como un fuerte resuello a la pulmonia doble.

Una verdadera fiebre de cabaña requiere de una cabaña de verdad; cuatro paredes combadas, un techo con goteras, un piso torcido. El mobiliario debe consistir en algo menos que las más mínimas necesidades. La ecoración de las paredes no debe ser algo que despierte ningún interés visual. Un viejo calendario de la compañia de ferrocarriles con una cabra de las montañas Rocosas es perfectamente adecuado.

Cuando tenia seis años, vivimos durante un año en una cabaña precisamente como esa. Mi padre meditaba acerca de que habia sido construida por un hombre que no sabía distinguir sus rodillas de sus codos, o una frase parecida. Al poco tiempo de mudarnos, papá habia puesto la cabaña en forma: en condición inadecuada para que la ahbitaran seres humanos. Pero despés de colocar el último clavo, se echó un fuerte trago de licor casero y le dijo a mi madre:

"¡Quedó lo mejor posible!"

Se podria suponer que una familia de cuatro se sntiria miserable viviendo en una diminuta y pandeada cabaña de troncos en medio del campo.

Tendria razón.

Mi madre y mi hermana aceptaron nuestra situación con filosofia y lloraban un dia si y otro no. Yo pasaba el tiempo malhumorado, escarbando entre las grietas de los troncos, sin entender que las rendijas resultantes dejarian entrar todavia más el frio.

Un dia a mediados de enero mi madre anunció: "Bueno, las cosas no se pueden poner peor". Pronto descubrimos que mamá carecia del don de la profecia.

En pocas horas, el mercurio castañeteaba como un guisante seco en la cubeta del termómetro y el viento del norte comenzó a soplar con fuerza. extrañamente papá parecia encantado por el inicio de la ventisca.

"¡Que sople!", gritó. "¡Tenemos suficiente leña y bastante comida hasta la primavera!. ¡Por Dios, haremos dulces de chocolate, rosetas de maiz y jugaremos Monopolio!. ¡Será una pequeña aventura, como si fuéramos náufragos!"

La ventisca duró dos semanas. Para el tercer dia a mi hermana y a mí nos habian prohibido mencionar "Monopolio", dulces de chocolota o rosetas de maiz.

- ¿por qué estás haciendo ese ruido con la nariz?- me decia mi padre gruñendo.

- Estoy respirando.

- Bueno, ¡pues entonces deja de hacerlo!

- ¿A quién se le ocurrió traer este calendario?- preguntó en otra ocasión con brusquedad a mi madre.

- ¿Qué tiene de malo, querido?

- Esa estúpida cabra observa todo movimiento que hago, ¡eso es lo que tiene de malo!. ¡Mira me siguen sus ojos!.

Uno o dos dias después papá se volvió irritable.

Cuando el vehículo limpianieves despejó finalmente el camino, papá salió con paso tranquilo a saludar al conductor.

- ¿Estuvieron aprisionados por la nieve bastante tiempo, eh?- dijo el conductor.- Apuesto que padecieron ustedes un caso de fiebre de cabaña.

- No- contestó papá.- No estuvo mal. Hicimos dulces de chocolate y rosetas de maiz y jugamos unas cuantas partidas de Monop... Monop...

 

 

Existen numerosas clases de fiebre provocadas por el aburrimiento del encierro forzado: la fiebre de casa de remolque y la de casa con pisos a desnivel, por nombrar sólo un par. pero -y en exceso- la más nociva es la de una carpa o tienda de campaña compartida por dos hombres.

Permítanme explicarles:

Hace unos años, Parker Whitney y yo pasamos 20 horas en su pequeña tienda de campaña en medio de una tormenta. Parker es, por lo general, un tipo calmo, silencioso y fue terruble verlo dejarse llevar por la desesperación.

Durante la primera parte de la tormenta, nos divirtió la posibilidad de que en cualquier momento acabáramos usando la tienda de campaña como planeador manual. Después que el viento amainó hasta convertirse en ventarrón, pusimos toda nuestra atención en las arrugas del anilon anaranjado que nos envolvia.

Aunque esto era fascinante, su poder de distracción se limitó a unas pocas horas. entonces comencé a darme cuenta que Parker estaba dando muestras de comportamiento neurótico.

- Lamento pedirte esto, viejo- le dije,- ¿no tendrias inconveniente? en dejar de hacer tanto ruido con al mascar ese chicle?.

- Por desimocuarta vez, ¡no estoy mascando chicle!- respondió irritado Parker.

Uno de los primeros síntomas de la fiebre de tienda de campaña compartida entre dos hombres son alucinaciones leves. No sólo no se daba cuenta que mascaba y crujia su chicle de una manera espantosa, sino que claramente estaba bajo la impresión que le habia mencionado el asunto en numerosas ocasiones anteriores.

Decidido a enfrentarlo con la evidencia empírica, lo agarré por la nariz y el mentón y le abrí la boca a la fuerza.

En alguna forma se las arregló para ocultar el chicle a mi investigador dedo pulgar. Tales engaños no son raros entre las víctimas de este tipo de fiebre.

Parker permaneció callado durante algún tiempo, pero me daba cuenta, por la expresión de sus ojos, que por dentro su paranoia aumentaba. Comenzó a preocuparme que mi vida estuviera en peligro. Le advertí que no tratara de hacerme nada.

- ¿Por qué no tratas de dormir un poco?- me sugirió.

- ¡Ah!- le respondí.- ¿De veras crees que voy a caer en ese viejo truco?.

Me incorporé sobre un hombro para poder observar a Parker más de cerca. Era fácil apreciar que la fiebre estaba causando estragos. Se veia pálido y tembloroso y me devolvia la mirada fijamente con los ojos muy abiertos, sin parpadear.

Entonces, como si nuestra situación no fuera ya lo suficientemente peligrosa, notçe que Parker tenia caspa. No era que la desagradable apariencia de la caspa me molestara, sino los leves sonidos, plip plip plip, que hacía esta al caer sobre su bolsa de dormir. No tardé en deducir que Parker habia ideado esta molestia con el solo proósito de exasperarme. Era una especie de tortura china de caspa.

Le dije a Parker que pusiera su caspa control o sufriria las consecuencias. No me sorprendió que negara todo conocimiento de padecer de caspa o cosa parecida. Por tanto, me desquité haciendo una imitación de la risa maniaca de richard Wickmark ¿actor estadounidense, conocido por sus papeles de "villano" en ciertas películas? cada vez que oia un plip. Parker, a su vez, respondió haciendo la imitación de un hombre paralizado de terror.

En el primer momento en que la tormenta cedió, Parker salió corriendo de la tienda de campaña, metió su equipo en la mochila y se alejó apresuradamente por el camino.

No cabe duda que la fiebre de tienda de campaña compartida por dos hombres puede convertirse en algo difícil de soportar.

 

1981 - Patrick F. MacManus

Audubon

NY - NY

 

 
 
ya hubo 26 visitantes (44 clics a subpáginas) pasando por este sitio.
Este sitio web fue creado de forma gratuita con PaginaWebGratis.es. ¿Quieres también tu sitio web propio?
Registrarse gratis